Avenida Gibraltar by Josep Gòrriz

Avenida Gibraltar by Josep Gòrriz

autor:Josep Gòrriz [Gòrriz, Josep]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1989-06-15T00:00:00+00:00


5.

La eficacia de Bet

Pasaban las semanas y Bet efectuaba los intercambios sin ninguna clase de obstáculo; el capitán, por su parte, le enviaba dinero para completar la suma con la que obsequiaba generosamente al Jefe. Una suma que llegó a duplicar la cantidad exigida. ¡Una gesta! En las reuniones de Barcelona, sus compañeros empezaron a creer que no era una joven como las demás. A veces incluso les daba miedo. Porque, además, les hablaba de ética, de una ética singular y despiadada que justificaba sus actos y de la cual nadie, ni ellos, podía librarse. Pese a todo, seguía ocupando el centro de la tertulia; siempre tenía algo que decir, y era ágil y de palabra fácil. También era quien se llevaba los elogios. Se exaltaba su ingenio a la hora de explotar el mercado, una virtud que ella menospreciaba con orgullo. En ocasiones, mientras repetía sus principios con la sobriedad de un líder religioso, imaginaba que no era ella quien los exponía, sino la propia Laura, que robaba su personalidad.

El caso es que Bet consiguió una creciente fama. En todos los sentidos. Su peculiar talante y, sobre todo, la eficacia de sus gestiones, llegaron hasta el Jefe, que redactó una nota que leyó el dandi delante de todos. Era una felicitación pública, acompañada de una noticia: se incrementaba el porcentaje de su asignación. Bet, desconcertantemente, renunció indignada; vio que era el momento de llamar la atención. Pero su heroico gesto no tuvo respuesta. Las semanas transcurrieron sin novedad. Rutinariamente. El Jefe se negaba a recibirla.

Bet se hartaba de ir arriba y abajo por la autopista. Sabadell-Tarrasa-Barcelona se convirtió en un triángulo maléfico que la acusaba de poca mano izquierda. Estaba cansada. Cansada y hastiada de tener que reunirse con cuatro desgraciados que sólo podían oír su voz dura surgir de la oscuridad y que, indefensos, le pagaban religiosamente lo que les exigía. Estaba harta. Harta de observar rostros demacrados que preludiaban una muerte anticipada. Llegó al límite de la resistencia, y un domingo por la noche, después de presenciar una refriega entre camellos con cuchilladas y sangre, regresó al piso de la Avenida con un horrible dolor de cabeza. En vez de echarse en el sofá, como tenía por costumbre, entró en el escritorio y se apoderó de lápiz y papel. «Basta», escribió, con letras grandes, y clavó la hoja en una de las paredes. Renunciaba a continuar el juego de la muerte, a distribuir la muerte desde su tribuna. Ni siquiera desde dentro, ni con un cargo importante, era posible ponerle a todo aquello un final. Éste había sido, concluyó, el gran error del capitán Morales.

Aquella noche no durmió tranquila. Con tanto tiempo como llevaba en la Avenida, había tenido ocasión de arreglar el piso a su manera. Y, sin proponérselo, había imitado el estilo del de Barcelona, el de la verdadera Laura. Hasta entonces no se había dado cuenta del detalle. También se había acostumbrado al color lila y a un tono de voz enérgico. Y caminaba y actuaba según las indicaciones del informe, incluso cuando no era necesario fingir.



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