¿Sueñan los androides con alpacas eléctricas? by unknow

¿Sueñan los androides con alpacas eléctricas? by unknow

autor:unknow
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2011-12-31T16:00:00+00:00


José Urriola

La droga

El viejo decía que el amor era un estado de locura. Yo podría estar de acuerdo, pero la frase tiene el gusto de la madera vieja y el aroma del agua de colonia del viejo. Yo agrego, con voz modelada por ondas cibernéticas, con tubos de ensayos en plena reacción, con el crujir de polímeros que mi padre no llegó siquiera a sospechar, lo aseguro con la fórmula ya puesta sobre papel y con millares de bytes de respaldo, que el amor más allá de ser un estado de locura es un estado de adicción. El amor es una droga. Sintetizable, extraíble, una combinación de segregaciones bioquímicas que motorizan al cuerpo, lo excitan, lo desquician, lo vuelan.

Quien se enamora activa una serie de enzimas, una cantidad de hormonas que se ponen en acción, un cerebro que se pone en marcha y envía instrucciones a sus neuronas, se detona todo un conjunto de reacciones orgánicas, el corazón bombea litros de sangre excitada que nos pone a temblar las piernas, nos hincha los genitales, altera el rostro, hace la piel más tersa, cambia el brillo de los ojos.

Si el amor es una droga, y cuando estamos enamorados simplemente estamos drogados, pues entonces el amor como droga sería sintetizable. Se puede extraer la droga a partir del cuerpo de una persona enamorada. Así como también podríamos sintetizar una droga altamente depresiva y autodestructiva si extraemos la justa combinación de hormonas y enzimas de un ser desenamorado.

Me mueve una intención altruista. Qué pasa si a un depresivo le inyectamos dosis debidamente cuantificadas de esencia amorosa. Pues obvio, el enfermo mejora. Sustituimos —por medio de la más hermosa droga natural— un sentimiento de frustración y tristeza por toda una divina gama de sensaciones ubicadas al otro lado del espectro.

Comencé mis experimentos con personas profundamente enloquecidas. Simplemente se les conecta por medio de tubos y jeringas a un mecanismo medianamente sofisticado que se encarga de sintetizar el amor descompuesto en hormonas, enzimas, neuronas. La máquina cuenta con dos jeringas que se deben insertar simultáneamente. La primera va directo al corazón que bombea sangre fresca rebosante de hormonas, rica en esencia de demencia. La otra va directo a la corteza del cerebro, muy cerca del hipotálamo —hay que tener cuidado en no perforarlo, pues el daño cerebral puede ser severo— pero si nos acercamos lo suficiente y extirpamos un poco de tejido rico en neuronas amatorias, tenemos la mitad de la fórmula ya entre manos.

Una vez ancladas ambas jeringas comienza la extracción de esencia amorosa. Cada paciente es un caso especial, particular, no importa en lo absoluto el sexo, ni talla ni peso, tampoco la alimentación, menos la orientación sexual, ni siquiera la salud. Podemos encontrar a un comatoso desahuciado con altísimas concentraciones de la droga corriendo entre sus venas, rebosando sus valles cerebrales. Delicado asunto. Un error de apreciación, un miserable mal cálculo, puede dejarnos como resultado un desecho depresivo a quien le hemos succionado toda gana de existir. Es mejor extraer poco en vez de irse de bruces y sintetizar demasiado a una misma persona.



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