Asesinato en el Tribunal Supremo by Margaret Truman

Asesinato en el Tribunal Supremo by Margaret Truman

autor:Margaret Truman [Truman, Margaret]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1983-12-31T16:00:00+00:00


* * *

Esa misma tarde, a las seis, Susanna Pinscher dio la vuelta a una manzana del distrito noroeste de Washington. Un coche dejó libre un sitio para estacionar y Susanna se apresuró a ocuparlo. Miró alrededor para orientarse; luego se puso a buscar una dirección que llevaba apuntada en un pedazo de papel, se detuvo frente a un edificio antiguo, dividido hacía poco en apartamentos y, tras confirmar el número, entró en un pequeño portal. A la izquierda estaban los timbres y los buzones; se acercó a escudriñarlos bajo una luz débil, hasta que encontró el de Laurie Rawls y apretó el timbre.

—¿Sí? —dijo Laurie contestando a la llamada de Susanna.

—Hola. Perdóneme el retraso, pero no encontraba sitio para estacionar.

—A cualquiera le pasa. Entre.

El apartamento era pequeño pero espacioso. Se entraba directamente a la sala. Ésta tenía una ventana que daba a la cocina, situada a la izquierda. Había otra ventana, exterior, con unas plantas colgantes. Las paredes eran de color amarillo pálido, con cenefa blanca, y los muebles verdes, todo lo cual daba al ambiente una agradable sensación de luminosidad.

—Siéntese —le pidió Laurie—. Creo que lo único que hay de beber es vino. Puede que también haya whisky, y a lo mejor un poco de vodka.

—Prefiero vino, Laurie. Blanco o tinto.

Susanna se sentó en un sofá. Sobre una mesita de café con un cristal había una pila de libros, entre ellos La hermandad, un antiguo superventas que ofrecía una visión nada halagüeña del Tribunal Supremo.

—Éste se lo habrá leído de cabo a rabo —dijo Susanna señalando el libro cuando Laurie regresó con el vino.

—Sí. ¿Le apetece cenar huevos con tocino?

—Perfecto —Susanna alzó su copa—. Por tiempos mejores.

—Que así sea.

—Me encantan sus plantas. Decididamente, su color es el verde.

—No sé cómo no se secan —Laurie bebió un trago de vino—. Le agradezco que haya venido, Susanna.

—Cuando esta tarde me llamó me quedé algo desconcertada, no por la llamada en sí, sino por su tono de voz. Además, dijo que quería evitar los sitios públicos. ¿Por qué?

Laurie se encogió de hombros.

—Quizá sea un ataque de paranoia. Dicen que así acaba una después de vivir demasiado tiempo en Washington.

—Sobre todo si se ve mezclada en la investigación de un crimen.

—Sí, eso también contribuye. ¿Ha visto usted las conferencias de prensa?

—Estuve en la del magistrado Conover. Y oí hablar de la del presidente.

—Yo las vi en el informativo. Estoy trabajando de nuevo con el magistrado Conover.

—¿De veras? ¿Cómo ha sido?

—Se quejó de que el jefe me llevara consigo e imagino que se salió con la suya.

—¿Y está usted contenta?

—No lo sé. Y menos ahora que han encontrado el arma.

Era evidente que Laurie quería hablar de la pistola, pero tenía algunas reservas. Susanna decidió no coaccionarla y derivó la charla hacia los Pieles Rojas, el equipo de fútbol de Washington.

—No estoy al tanto del fútbol —dijo Laurie—, aunque en esta ciudad eso es difícil. Todo es tan difícil aquí… Perdóneme —fue al cuarto de baño y al regresar su rostro aparecía iluminado por una sonrisa al tiempo que su voz reflejaba una nueva y deliberada ligereza—.



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