Annual by Eduardo Ortega y Gasset

Annual by Eduardo Ortega y Gasset

autor:Eduardo Ortega y Gasset [Ortega y Gasset, Eduardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1921-12-31T16:00:00+00:00


PÁGINAS DOLOROSAS

LA CAPITULACIÓN DE NADOR

Recordarán los lectores, si es que la censura no ha enviado mi crónica anterior al Limbo, que en ella transcribía el emocionante relato que de la defensa de Nador hizo el cabo de la Guardia civil Lozano. Gracias a él han podido tener casi una anticipación de sucesos que de la insostenible situación de aquellos soldados se deriva, y que pocas horas después tenían lugar. El viaje del cabo, escoltado por dos rifeños, era un trámite de la negociación entablada para capitular, ya que el alto mando, como hemos anunciado con anterioridad, no juzgaba prudente ni posible realizar avance alguno para proteger esos grupos dispersos.

La resistencia era ya absurda. Ciento cuarenta hombres quedaban sólo de la primitiva guarnición que allí se cobijara. El edificio estaba cuarteado por una esquina. Un gran trozo de pared abría un amplio camino para que los moros lo asaltasen, y además a distancia de cien metros tenían emplazado un cañón Krupp. Si no se hubiesen rendido, por la tarde habrían empezado a dispararlo, y como era imposible marrar blanco, pocos cañonazos serían suficientes para reducir a escombros la fábrica de harinas, aniquilando a sus moradores.

Ante la esterilidad, por lo tanto, de toda resistencia, ni auxilio de la plaza próxima, la capitulación se acordó. Mientras se discutía aún fue muerto un teniente de Intendencia por un moro exaltado de esos que no se avienen a ningún trámite conciliatorio. Los oficiales pudieron salir armados. La tropa tenía que dejar en la fábrica sus fusiles.

En la segunda caseta presenciamos la llegada de los que durante diez días se habían sostenido bloqueados por grandes contingentes morunos. Ocioso será decir que su estado es lamentable. Sus rostros denotaban, mejor que descripción alguna, sus penalidades. Eran en total veinticinco guardias civiles, y el resto, hasta el total de ciento cuarenta, clases de tropa. Formados de cuatro en fondo, a la voz de mando del teniente coronel Millán —que allí los aguardaba—, desfilaron para montar en el ferrocarril que les conduciría a Melilla.

Además de las huellas del sufrimiento físico, la expresión de muchos distaba de estar iluminada por la alegría humana y natural de volver al hogar y poder ver a los seres amados, de los cuales, en frecuentes momentos de mortal peligro, se habrían despedido. ¡No! Una nube de tristeza pesaba sobre aquel grupo de caras ennegrecidas, en que resaltaba el blanco de los ojos. Y todos sentimos el peso de esa nube densa de melancolía, mientras los puños se crispaban mirando hacia el poblado de Nador.

La censura no ha permitido ayer telegrafiar nada sobre esto. Hoy se ha manifestado a los informadores telegráficos que el hecho escueto, y diciendo que es sólo un rumor no confirmado, se autorizaría su transmisión. Con estos procedimientos experimento a ratos indignación, a veces ternura, hacia nuestra desdichada nación, eterna engañada, enferma de la morfina oficial. Tan grande es, por lo visto, el engaño y el alejamiento de la realidad, que algún corresponsal de los que tienen en Melilla los periódicos



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