Amigos Y Amantes by Iris Murdoch

Amigos Y Amantes by Iris Murdoch

autor:Iris Murdoch
La lengua: spa
Format: epub
Tags: prose_contemporary
ISBN: 9788483460245
editor: www.papyrefb2.net


21

—¿Se puede sabeg qué te ocugue, Paula?

—Alegoría de Venus, Cupido, Locura y Tiempo. —Qué?

—Nada.

—¿Cuándo comenzamos a leer la Eneida?

—Más adelante, después... Más adelante.

—¿Después de qué...?

—Más adelante.

—¿Qué te ocugue, queguida?

—Nada, Willy. Mira, Barbara viene a visitarte. Debo irme. Gracias por la lección.

El barco de Eric avanza hacia el norte, navegando por el océano Indico, y Eric va en la proa; Eric es el mascarón de proa, con su gran cabeza reluciente y su tupido cabello dorado ondeando al viento. Se inclina hacia el mar brillante, y manda hacia el norte, hacia el encuentro decisivo, el fino y ardiente rayo de su voluntad. La insatisfecha violencia viaja con él hacia el encuentro. ¿Con qué armas se puede luchar contra la violencia? ¿Queda aún algo de amor enfermo que quepa curar, o sólo queda la necesidad de valor con el que enfrentarse mediante la fuerza? ¿De qué serviría ahora huir, cuando sería tan fácil hallar al huido y la fuga significaría únicamente la espera de escuchar en una habitación extraña los pasos inevitables subiendo las escaleras? Es preciso aguardarle aquí, con los labios cerrados, sin pronunciar ni una palabra, sin hacer confesiones, sin pedir ayuda. Es ya demasiado tarde, y el orgullo nunca soltará su presa. Después de tanta astucia, de tantas sutilezas, de tantas insolencias del razonamiento, llega aquello con lo que a fin de cuentas debemos enfrentarnos. Ahora Eric no puede ser dominado ni tampoco se le puede convencer, y, por eso, sea cual sea el último resultado, hay que sufrirle por completo. El valor preciso es el del pleno sufrimiento en secreto, es la voluntad de someterse, sea cual fuere el extraño modo de sumisión que se pida; ojo por ojo, diente por diente. Y así ha de ser, no sólo en virtud del implacable viaje del barco, sino también en virtud del pasado sin redención, enterrado vivo en su propio silencio demoníaco. Que se alce un diablo de valor para enfrentarse con la resurrecta sombra ensangrentada.

Pero ¡oh, humana debilidad, deseo de consuelo, frágil deseo que grita diciendo que ojalá nunca hubieran ocurrido los hechos que ocurrieron, y que nunca hubieran existido las cosas que existieron! Amargo recuerdo de la puerta pintada con un nuevo color, y de la hermosa mujer entrando en la casa. Amargura de esta amargura. ¡Oh, Richard, Richard!

—¿Qué haces aquí, sola, Henrietta? ¿Dónde está Edward?

—Fue a ver si encontraba a Montrose.

—Henrietta, estás llorando. ¿Qué te pasa, pequeña? Anda, siéntate y cuéntamelo todo.

—Todo es horroroso.

—¿Y qué es lo horroroso? Anda, dime todo lo que te parece horroroso.

—No podemos encontrar a Montrose en ninguna parte.

—Montrose volverá. Los gatos siempre regresan a casa. Así que no debes preocuparte.

—Hemos encontrado un pez muerto en nuestro lago particular.

—Los peces siempre se mueren, un día u otro, lo mismo que todos nosotros.

—Y hemos visto cómo una urraca mala se llevaba a una pobre rana.

—Bueno, ya sabes que las urracas han de vivir también. Y puedes estar segura de que la rana ya ni se enteraba de lo que le estaba pasando.

—Me gustaría que los animales no se hicieran daño entre sí.



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