Amar a Morgan by Janet Chapman

Amar a Morgan by Janet Chapman

autor:Janet Chapman
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico
publicado: 2003-12-29T23:00:00+00:00


Capítulo trece

TENÍA que disculparse.

Como un animal en celo, acababa de tomar a su mujer en el bosque, en mitad de una maldita tormenta. Y lo que debía haber supuesto la experiencia más agradable de la vida de Mercedes, lo más probable es que hubiera sido un desastre.

Salvo por un leve temblor que le recorría el cuerpo, y que él notaba debajo, estaba alarmantemente quieta. La disculpa tendría que esperar. Antes tenía que hacerla entrar en calor, hacer que se levantase y se vistiese, y llevarla a toda prisa al campamento.

Con el mayor cuidado, se separó de ella y se arrodilló. Al instante, Mercedes se apartó como pudo, cruzó las manos delante del pecho y buscó con frenesí un sitio donde esconderse.

Eso lo impresionó; iba a necesitar mucho más que una maldita disculpa. De buena gana habría dado el brazo con que manejaba la espada para que aquello no hubiera ocurrido.

Tanteó por el suelo hasta encontrar su camisa, la sacudió e intentó ponérsela a Mercedes.

Ella dio un respingo, se arrodilló y casi salió corriendo antes de que él la agarrara, pero Morgan consiguió ceñirla por la cintura con un brazo y la estrechó contra su pecho. Al sentirla temblar cerró los ojos, rezó pidiendo perdón en silencio y luego le susurró la misma súplica.

—Perdona lo que he hecho, lass, pero tienes que dejarme que te vista. Vas a coger frío.

—Sé vestirme sola.

En su voz, débil y distante, no había ni rastro de emoción. Morgan se alarmó. Ahora temblaba con fuerza, y todo su cuerpo estaba frío como la nieve.

Entonces volvió a su tarea de vestirla.

—Échame una bronca mañana, gràineag —le dijo—. Hasta te doy permiso para que uses mi espada, si te quedan fuerzas para levantarla.

Confió con toda su alma en que fuera así; sería la prueba de que no había cogido una pulmonía.

Pero no hizo falta esperar al día siguiente: Sadie se puso a forcejear con sorprendente energía, retorciéndose y tratando de zafarse de su abrazo, sin que Morgan acabara de comprender por qué luchaba con tanto frenesí por huir de él. Sólo lo entendió cuando le rodeó la espalda con las manos; en ese mismo instante ella se apartó serpenteando y dando patadas.

Eran aquellas malditas cicatrices lo que intentaba esconder. Estaba horrorizada por si se las veía y a lo mejor le daban asco.

Inmediatamente se apartó de ella.

—Tranquila, Mercedes. Dejaré que te vistas tú —dijo mientras le recogía los empapados pantalones y la camisa—. Toma, aquí tienes tu ropa. Está mojada, pero dentro de unos minutos te tendré de vuelta ante un buen fuego. Vístete.

Morgan se levantó, sacudió sus propios pantalones y se los puso; la sensación de la tela húmeda raspándole la piel lo hizo estremecerse. Luego se puso las botas y se echó la espada sobre el hombro antes de sacudir su camisa y ofrecérsela a Mercedes otra vez.

—Toma. También está mojada, pero es de lana y te abrigará un poco más.

Ella sólo estaba a medio vestir. Con las prisas, se había abotonado mal la camisa. Tenía los pantalones subidos y ahora luchaba con la cremallera.



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