Últimos días de la víctima by Jose Feinmann

Últimos días de la víctima by Jose Feinmann

autor:Jose Feinmann [Feinmann, Jose]
Format: epub
Tags: detective
editor: www.papyrefb2.net


Llegó a las Barrancas alrededor del mediodía. Külpe y Amanda no estaban. Sin embargo, no se extrañó demasiado: era sábado y Sergio no tenía que ir a la escuela; cualquier otro horario, en consecuencia, podía ser bueno para que se reunieran. O posiblemente ninguno, pues quizá tuviesen decidido descansar el sábado, e incluso el domingo, separarse un poco, pensar cada uno las cosas por su lado, y reencontrarse el lunes, en el lugar de siempre y al mediodía, por supuesto, para enganchar con la hora en que Sergio entraba a la escuela. Sí, seguramente era de ese modo como estaban ocurriendo las cosas.

Volvió al auto y permaneció pensativo durante un largo momento. Recordó las palabras del hombre importante: «Hubo novedades en estos días. Este hombre, Külpe, se está moviendo con demasiada rapidez». O algo así. En realidad, era sorprendente: ¿qué novedades se habían producido?; ¿por qué o cuándo había comenzado Külpe a moverse con mayor rapidez? No lo sabía, ni aun remotamente. Entonces, había que admitirlo: seguía siendo muy poco lo que conocía de Külpe, existían infinidad de hechos —importantes o no— que se le escapaban, que no controlaba ni podría controlar aun cuando lo siguiese durante todo el día y le tomase miles de fotografías.

No se resignó, sin embargo. Todavía no estaba todo dicho, restaba mucho por hacer. Ir esa noche al Annie Malone, por ejemplo, buscar a Cecilia, hablarle, encontrarse al día siguiente con Amanda, tratar de quebrar su aislamiento, indagar con cautelosa insistencia en su pasado, descubrir sus flancos más endebles, aquellos por los cuales iba a ser posible finalmente penetrarla, obligarla a revelar sus secretos, todo eso. Todo eso quedaba por hacer antes de matar a Külpe.

Encendió el motor y arrancó bruscamente. Tomó por el bajo hasta Callao, aquí dobló a la derecha, siguió por Entre Ríos hasta Independencia y volvió a girar en la misma dirección. No tardó ni veinte minutos en llegar. Entonces estacionó el coche a media cuadra de la agencia de Prode y Lotería, que aún estaba abierta, y descendió. ¿Encontraría allí a Külpe?

Cruzó la calle. Antes de entrar, se distrajo mirando algunos de los billetes colocados en la vidriera. Después, lentamente, entró. Con una sola y rápida ojeada dominó todo el local. Külpe no estaba. O al menos, no se lo veía. Quizás estuviese adentro, en el cuarto al que seguramente conducía la puerta cerrada de la pared del fondo. De cualquier modo, era imposible saberlo. Detrás del mostrador había un muchacho. Alto y flaco, granujiento. Diecisiete años, apenas. Más allá, frente a un viejo escritorio de madera con una enorme calculadora encima, fumando, con aire fatigado o aburrido, estaba el hombre de bigotes y anteojos negros.

Dirigiéndose al muchacho, Mendizábal dijo:

—Buenos días, quiero un billete.

—¿Tercio o entero? —preguntó el muchacho sin muchas ganas.

—Un tercio —dijo Mendizábal y volvió a mirar la puerta del fondo, que seguía cerrada.

El muchacho se acercó a la vitrina. Preguntó:

—¿Eligió el número?

—No, dame cualquiera.

Entonces el hombre de los anteojos negros alzó levemente la cabeza y lo miró.



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