Allan en Egipto o El antiguo Allan by Henry Rider Haggard

Allan en Egipto o El antiguo Allan by Henry Rider Haggard

autor:Henry Rider Haggard [Haggard, Henry Rider]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Ciencia ficción, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1920-03-15T00:00:00+00:00


«De el Rey de Reyes, que gobierna a toda la tierra, a uno de sus siervos en la satrapía de Egipto:

»Entrega a mi siervo Idernes, sin demora alguna, a Amada, la descendiente de los antiguos faraones de Egipto, que es parienta tuya y está bajo tu guarda, para ser afiliada al número de las mujeres de mi casa».

Todos los presentes se miraron entre sí, mientras Amada permanecía inmóvil como si se hubiera convertido en piedra. Antes de que ella pudiera hablar, Peroa continuó:

—Ya veis de qué manera el rey busca querella contra mí para aniquilarme y marchar a Egipto en su mortero y zurrarlo hasta convertirlo en suave badana con que envolver sus pies. No. Recupera tu sosiego. Amada. No tengas temor. Pero, ¿qué respuesta debemos dar, puesto que el caso es urgente, y de ella depende la vida de todos nosotros? Pensad que Idernes tiene un poderoso ejército allá en Sais, y que si yo le descato francamente él nos atacará, que es lo que en realidad le indica el rey que haga ames de que nosotros podamos prevenimos. Decid, pues: ¿debemos luchar, o debemos huir del alto Egipto y abandonar Menfis para fijar allí nuestra residencia?

Ninguno de los consejeros presentes parecía encontrar una respuesta, por no saber qué resolver; pero Bes cuchicheó a mi oído:

—Recuerda, mi amo, que tienes en tu poder el sello real. Envíesele a Idernes una respuesta bajo el Blanco Sello, mandándole ponerse a tus órdenes.

Entonces me levanté y dije:

—¡Oh, Peroa! Afortunadamente, por ahora, soy el portador del sello privado del rey, al cual todos deben su obediencia de norte a sur y de este a oeste, en cualquier parte donde el sol brille sobre los dominios del rey. Míralo —⁠dije, mientras descolgaba de mi cuello la cadena de que pendía el Sello Blanco y lo depositaba en sus manos.

El príncipe lo miró, y tras él lo miraron los consejeros. Luego, casi al mismo tiempo, todos dijeron:

Es el Blanco Sello, el verdadero signo del Gran Rey de Oriente.

Y se inclinaron reverentes ante el temible objeto.

—Cómo lo has conseguido, es cosa que no sabemos y que se te preguntará después —⁠dijo Peroa⁠—; pero, en realidad, parece el Signo de los Signos, el transmitido de padres a hijos durante incontables generaciones y que el rey lleva sobre sí para imprimirlo en sus órdenes privadas y en los documentos importantes del Estado, los cuales no pueden ser revocados después, y del cual una copia sirve de blasón a su bandera.

—El mismo —contesté—, que, de la persona del rey, ha pasado a mí por una temporada. Si duda alguien, tráigase el impreso que todos los oficiales del Imperio tienen en su poder y cotéjese con él.

El oficial encargado de la custodia del facsímil fué en su busca, y Peroa continuó diciendo:

—Si es el verdadero sello, ¿qué uso harás de él, Shabaka, para ayudarnos en las actuales circunstancias?

—Lo siguiente, príncipe —contesté⁠—. Enviaré una orden con un signo a Idernes, para que se ponga a disposición del portador del sello en Menfis.



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