Alina. Memorias de la hija rebelde de Fidel Castro by Alina Fernández

Alina. Memorias de la hija rebelde de Fidel Castro by Alina Fernández

autor:Alina Fernández
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Memorias, Divulgación
publicado: 1997-01-01T00:00:00+00:00


Honduras llegaba al aeropuerto José Martí. Ahí estaba yo, parada, con cuatro pares de medias debajo del pantalón y los ajustadores rellenos de trapos, cuando me pasó mi novio por al lado y siguió de largo.

No podía reconocer a aquella espátula que le sonreía con una mueca morbosa de muerta viva. El amor lo volvió lúcido. Me metía la comida en la boca a pedacitos medio masticados, como se hace con un pájaro enfermo.

La anorexia era una enfermedad desconocida en Cuba. Él descubrió lo que no han hecho muchos médicos psiquiatras: la enfermedad de la falta de amor se cura con el cuidado del amor.

Mami sacaba experiencia médica de algunos New York Times atrasados que llegaban a su trabajo, a su closet reformado en la oficina del Mincex. Concretamente, de las «Cartas abiertas al doctor» y sus consejos. Una tarde se me apareció en la terraza.

Yo estaba tirada en la hamaca y estuve oyéndole la traducción con la cabeza parada:

—«Señora, si su hija muestra un afán de bajar de peso que ha llegado al descontrol y no puede dejar de intentarlo, es que padece de anorexia nerviosa. La enfermedad tiene que ver principalmente con el tipo de relación establecida con la madre durante la infancia.»

—Tú no tienes la culpa de nada, mami. Si es que puedes vivir con eso.

Para mami, la culpa es un sentimiento conocido y confortable.

—Tal vez. ¿Por qué me has estado oyendo todo el rato con la cabeza tiesa como un pollo? ¿Nunca la recuestas?

—Supongo. No se me cansa.

Lo cual la devolvió al portal, esta vez con un libro de psiquiatría:

—«Cuando una persona es capaz de sostener la cabeza en el aire ininterrumpidamente durante un rato prolongado sin cansancio alguno, estamos en presencia de lo que se describe como “almohada psicológica”, y forma parte de los rasgos paranoides de la personalidad.» Por cierto, si quieres que Honduras siga viviendo aquí, se tienen que casar. No admito concubinatos en esta casa.

Y salió dejándome con el cuello reblandecido para siempre.

Pero el concubinato no era la verdad absoluta. Sino el Comité de Defensa de la Revolución, que ya había venido pidiendo el RD-3,10 la Carta de la Oficoda11 y la Certificación de Trabajo «del compañero que está viviendo en la casa, compañera. Ya sabe que no se puede tener un ciudadano “agregado” si no lo avisa en el CDR».



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