Algo horrible en la leñera by Anthony Gilbert

Algo horrible en la leñera by Anthony Gilbert

autor:Anthony Gilbert [Gilbert, Anthony]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga, Novela
editor: ePubLibre
publicado: 1944-07-15T00:00:00+00:00


2

Después de decir adiós a Edmund Durward, Crook llevó su cochecillo hasta la carretera y una vez allí, torció a la izquierda, hacia el pueblo. No le costó trabajo enterarse de la dirección de Mrs. Hart. Hacía tres días que ésta había salido del Cottage Hospital, con instrucciones de que se cuidara pero su energía se hallaba ya en todo su apogeo. Crook la halló frotando vigorosamente el inmaculado dintel de su puerta.

—¿Mrs. Hart? —preguntó abriendo la portezuela de su auto.

Ella le miró de pies a cabeza.

—No queremos comprar nada —dijo, poniéndose en pie dispuesta a darle con la puerta en las narices.

—¿Ni siquiera un empleo? —insinuó Crook, acercándose.

Ella se rascó su cabeza y le miró con desconfianza.

—Ni siquiera eso —dijo, retrocediendo.

Crook meneó la cabeza.

—Buena cosa es tener un esposo que le mantenga a una.

—Si fuera a esperar que él me diera de comer, ya estaría muerta de hambre, en el depósito.

—¿En compañía del cadáver de Mrs. Durward?

Instantáneamente, cambió Mrs. Hart. Se llevó las manos a la cintura y su carita de hurón, se volvió hacia él.

—¿Quiere decir que la han encontrado? ¡Oh! ¡Ya se lo dije a Hart!

—No la han hallado viva —dijo solemnemente Crook.

Mrs. Hart se hizo a un lado, invitándole cordialmente a entrar.

—También lo sabía —dijo triunfante—. Se ve que él es un asesino. ¿Quiere tomar una taza de té?

—Encantado, las tabernas no se han abierto aún.

—Todos los hombres son lo mismo —dijo Mrs. Hart, entrando en la cocina y haciéndole señas de que la siguiera—. Quisiera saber lo que su mujer piensa de usted.

—Nada —dijo Crook plácidamente, entrando y sentándose en la mejor silla.

—¡Vamos! —exclamó Mr. Hart colocando los platos y tazas sobre la mesa—. Esa clase de mujeres no existen. A no ser que esté muerta, también —añadió, poniendo un panecillo en una bandeja y buscando la margarina.

—Nunca existió —le explicó Crook, echándose hacia atrás el sombrero. Mrs. Hart se fijó en el gesto y lo aprobó. Ahora estaba segura de que no era un caballero. Los caballeros se quitaban siempre el sombrero al entrar. Sería con seguridad un periodista o un detective, y esto la hacía sentirse importante.

—¿Conque no? —dijo ella sacando más cosas: dos cuchillos, un poco de carne en conserva, un azucarero—. Ya encontrará una. Ahora, siéntese, y dígame lo que ha pasado.

Se sentó y cogiendo la tetera marrón que estaba cociendo desde la hora de la comida, vertió en las tazas el té espeso y fuerte que contenía.

—Esto es un té, ¿eh? —dijo orgullosa—. No el agua de color que bebía Mrs. Durward. Sírvase azúcar. Pero la gente elegante es así. No comprendo cómo la gente del pueblo les tiene envidia.

Crook tomó su taza de té.

—¿Cree que ella le tenía miedo? —preguntó.

—¿Quién, ella? Nada de eso. Estaba muy enamorada. Ya ve, ¡si hasta le dio todo su dinero…!

—Ud. no es de las que no se enteran, ¿eh? —le dijo Crook.

—Desde el primer día, comprendí que en esa pareja había algo raro. ¿Para qué se había casado él con ella, con lo vieja que era y con su cara? Tenía todo el tipo de una solterona.



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