Alexander, Lloyd by P5 El Gran Rey

Alexander, Lloyd by P5 El Gran Rey

autor:P5, El Gran Rey
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Eilonwy, pues era ella, tiró de las riendas. Había ocultado su cabellera trenzada debajo de un casco de cuero. La princesa cíe Llyr le sonrió jovialmente.

—Ya comprendo que estás un poco nervioso, pero eso no es razón para que seas grosero —elijo, y se alejó al galope.

Durante un rato Taran no pudo creer que realmente la hubiera visto.

Unos momentos después estaba enfrentándose a un grupo de guerreros que lanzaban mandobles contra Melynlas y se arrojaban contra sus flancos intentando derribar tanto a la montura como a su jinete. Taran fue vagamente consciente de que alguien agarraba la brida de su montura y tiraba de ella hacia un lado. Los guerreros de Pryderi se apartaron. En cuanto quedó libre de su acoso Taran se volvió sobre la silla de montar y movió la espada casi a ciegas lanzando un mandoble contra el nuevo atacante.

Era Coll. El robusto granjero había perdido su casco. Su calva coronilla estaba tan llena de arañazos como si se hubiera zambullido en un zarzal.

—¡Usa la espada con tus enemigos, no con tus amigos! —gritó.

Taran estaba tan sorprendido que se quedó sin habla durante unos instantes.

—Me has sa-salvado la vida, Hijo de Collfrewr —logró tartamudear por fin.

—Vaya, pues quizá sí que lo he hecho —replicó Coll, como si la idea acabara de pasarle por la cabeza.

Se miraron el uno al otro, y se echaron a reír como un par de tontos.

Taran no logró formarse una nueva perspectiva de la batalla hasta la puesta del sol, cuando incluso el mismo cielo parecía hallarse manchado de sangre. Los guerreros de Gwydion se habían lanzado a través del camino que seguía el avance de Pryderi, y habían tenido que enfrentarse a toda la furia de los atacantes. Las huestes de Pryderi habían vacilado como si estuvieran tropezando con sus propios muertos. La ola había alcanzado su máxima altura y había quedado paralizada en ese punto. Un viento nuevo empezó a soplar a través del valle. Gritos de renovada energía brotaron de las filas de los guerreros de Don, y Taran sintió que el corazón le daba un vuelco. Los defensores empezaron a avanzar empujando ante ellos cuanto encontraban. Taran hizo sonar su cuerno, y galopó junto con los jinetes de los Commots para unirse a la marea que lo barría todo a su paso.

Las filas del enemigo se abrieron como un muro de ladrillos que se derrumba. Taran tiró de las riendas, y Melynlas se encabritó y lanzó un relincho alarmado. Un estremecimiento de horror recorrió el valle. Taran vio y comprendió la razón incluso antes de que el nuevo griterío llegase a sus oídos.

—¡Los Nacidos del Caldero! ¡Los guerreros que no pueden morir!

Los hombres de Pryderi se apartaron para dejarles pasar como si les estuvieran rindiendo un temeroso homenaje. Los Nacidos del Caldero llenaron la brecha avanzando en un horripilante silencio moviéndose a un paso que no era ni lento ni rápido, y el valle resonó con el rítmico movimiento de sus pesadas botas. La calina carmesí del sol que agonizaba hacía que sus rostros pareciesen todavía más lívidos.



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