Águilas negras by Larry Collins

Águilas negras by Larry Collins

autor:Larry Collins [Collins, Larry]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1991-12-31T16:00:00+00:00


BARRANCABERMEJA

Colombia

El «Aerocommander» de Bill Ottley, alias Sunshaine, hizo su primera pasada sobre la pista de tierra de Otero siete minutos antes de lo establecido en el plan de vuelo para su llegada. Ramón, muy excitado, dio un golpe a su socio en el antebrazo. Paco y Ramón corrieron hacia el avión con la devoción de una pareja de gendarmes que acudiese a recibir a Charles Lindbergh en el aeropuerto de Le Bourget, en 1927, en el momento de su aterrizaje. A las excitadas preguntas de los dos sobre su vuelo, Ottley reaccionó con monumental indiferencia.

—Una menudencia —dijo en tono cansado—. Dadme una cama donde pueda dormir.

Mientras Paco acompañaba a Ottley a la finca de Otero, Ramón y los hermanos Otero emprendieron la tarea de descargar la cocaína que habían traído a la pista desde su escondite en un vehículo de tracción en las cuatro ruedas. La cocaína estaba empaquetada en bolsas de un kilogramo, todas perfectamente envueltas y selladas para protegerlas de la humedad. Nada hay que destruya más rápidamente las propiedades de la droga que su contacto con el agua. Cada paquete llevaba un sello con el emblema de su propietario, generalmente una serie de letras, tales como «DEC», que representaban un código secreto que sólo podría descifrar el destinatario de la cocaína en los Estados Unidos. A veces empleaban nombres. «Reagan y Bush» eran los dos favoritos. La dirección del cartel no carecía del sentido del humor. Los paquetes venían metidos en macutos verdes del Ejército estadounidense; cada macuto estaba cerrado con un candado, y sujetas a éstos con alambres venían las listas con el número de paquetes que contenían y con sus sellos de identificación.

Ramón y los hermanos Otero contaron los paquetes y comprobaron sus sellos conforme los iban acarreando. Cuando terminaron la tarea y los paquetes quedaron almacenados en el avión, Ramón cerró con llave las puertas de la cabina. A partir de ese momento, su vida estaría pendiente de un hilo si alguno de esos macutos llegara a extraviarse.

El resto del día transcurrió sin incidentes, Ottley durmiendo en la finca, mientras Ramón y Paco montaban guardia junto al avión y su conversación se desarrollaba con altibajos, oscilando entre la exaltación de pensar en lo que iban a hacer con los dos millones de dólares de ganancia que pronto serían suyos si aquel vuelo salía como es debido y el nerviosismo ante las posibles represalias en caso de que algo saliese mal, lo que les privaría de su fortuna y, en el caso de Ramón, de su vida.

El sol empezaba a acariciar el horizonte cuando el piloto salió de casa. Se acercaba rascándose frenéticamente los sobacos.

—¡Eh!, chicos, ¿habéis tenido un buen día? —les preguntó amablemente.

Ramón se sorprendió. El tipo estaba a punto de arriesgarse a pasar el resto de su vida en una prisión por transportar quizás unos treinta millones de dólares de cocaína a los Estados Unidos y daba la impresión de que iba a llevar a un grupo de escolares a pasar unas vacaciones en el campo.



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