Agenda 21 by Glenn Beck

Agenda 21 by Glenn Beck

autor:Glenn Beck
La lengua: spa
Format: epub
Tags: sf
ISBN: 9788499704999
editor: www.papyrefb2.net


Capítulo veintiocho

David estaba frente a mí, una fina línea de sudor brillando sobre su labio superior. Dos Representantes de las Autoridades, tiesos como las porras que llevaban los Vigilantes, le flanqueaban. Llevaba un uniforme limpio de repuesto y su colchoneta enrollada bajo el brazo. Bajé los ojos y esperé a que los Representantes de la Autoridad hablaran.

Allí en el suelo, junto a mi zapato, había una mariquita, tendida inmóvil boca arriba. Me concentré en ella, temiendo levantar la vista. Si lo hacía, estaba segura de que se me escaparía una sonrisa. Que parecería feliz. Y eso podría arruinarlo todo. La mariquita no se movía. Yo no me moví. El pecho me dolía al respirar.

Los Representantes de la Autoridad pronunciaron monótonamente el Compromiso de Emparejamiento. Miré sus pesadas botas, negras y brillantes, con agujeros reforzados en metal para meter los gruesos cordones. Los zapatos de David no eran tan robustos ni tan brillantes. El borde de sus uniformes, donde la gruesa tela negra se plegaba en un rígido dobladillo, estaba manchado de tierra por la parte de abajo.

Aún continuaban hablando.

—Alabada sea la República.

Estuve a punto de dejar caer uno de los cubos de alimento al hacer la señal circular.

—Alabada sea la República.

Tras decirlo, los Representantes de la Autoridad dieron rígidamente la vuelta al unísono y se marcharon de regreso al ómnibus. El Equipo de Transportes se alejó de la verja, y el Vigilante hizo una anotación en su cuaderno. Los paneles laterales de madera del ómnibus chasquearon y crujieron y después el ruido se perdió en la distancia.

David y yo entramos en el espacio que ahora era nuestro y nos quedamos en la zona de comer. Él aún sostenía su uniforme extra. Permanecimos inmóviles sin saber qué hacer. Finalmente, tendí hacia él uno de nuestros cubos de alimento.

—Más tarde —dijo—. Más tarde.

Su voz era gruesa y profunda. Dejó caer su uniforme extra, colocó ambos cubos sobre la encimera y me tendió los brazos.

—Primero esto —dijo, estrechándome contra su cuerpo.

Sentí el calor de sus manos, de sus brazos rodeándome, de su cara junto a la mía. Me besó y noté la suavidad de sus labios.

—Y ahora esto —dijo, cogiendo su colchoneta y desplegándola junto a la mía.

Vi cómo se desvestía, cómo tiraba su ropa de cualquier manera sobre mi cinta energética. Me desnudé lenta y metódicamente, doblando la ropa con manos temblorosas.

—Eres tan hermosa... No podía imaginar que fueras tan hermosa. Sí, alabada seas. Pero no la República.

Pasamos la noche en su nueva colchoneta, entrelazados el uno al otro como enredaderas en los árboles.

Más tarde, mucho más tarde, tomamos nuestros cubos de alimento.



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