¿Estamos solos?: en busca de otras vidas en el cosmos by Carlos Briones

¿Estamos solos?: en busca de otras vidas en el cosmos by Carlos Briones

autor:Carlos Briones [Briones, Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Astronomía, Biología
editor: ePubLibre
publicado: 2020-10-15T00:00:00+00:00


LOS SATÉLITES DE JÚPITER

Debido a su intenso brillo, el segundo planeta más luminoso de nuestro cielo después de Venus es conocido desde la antigüedad. Por tanto, cuando en 1609 Galileo Galilei comenzó a utilizar y mejorar el telescopio (un invento patentado un año antes en Holanda por el fabricante de lentes Hans Lippershey) para realizar observaciones astronómicas, Júpiter fue uno de los primeros cuerpos en los que centró su atención. Y el 7 de enero de 1610, mientras lo estaba observando desde Padua, realizó un descubrimiento inesperado: cerca de él había tres estrellas muy pequeñas, prácticamente alineadas con el ecuador del planeta. Tras varias noches de atenta observación, el 13 de enero apareció otra más, y pudo comprobar que las posiciones relativas de ellas iban cambiando a lo largo de la línea imaginaria que las unía. La conclusión era clara y (en todos los sentidos de la palabra) revolucionaria: Júpiter tenía «planetas» que lo orbitaban a diferentes distancias, como si se tratara de un Sistema Solar en miniatura. Por tanto no todos los cuerpos giraban alrededor de la Tierra, como desde Aristóteles había mantenido el modelo geocéntrico, y ni siquiera en torno al Sol según afirmaba el heliocentrismo impulsado por Nicolás Copérnico desde mediados del siglo anterior.

Estos descubrimientos, que supusieron un punto de inflexión en la historia de la astronomía, fueron publicados en Venecia dos meses más tarde, en un breve y bellísimo tratado escrito en latín que también contenía sus observaciones sobre la Luna. Tituló este ensayo de forma muy poética: Sidereus nuncius, que podemos traducir como Mensajero sideral o Noticiero sideral. Los dibujos de nuestra Luna que también contenía esta obra mostraban cómo la había observado con su telescopio: llena de cráteres y montañas, rugosa, muy alejada de esa esfera perfecta y pura que la filosofía aristotélica suponía desde casi dos mil años antes para todos los objetos del «mundo supralunar». De hecho un amigo de Galileo que lo admiraba profundamente, el pintor y arquitecto Ludovico Cardi (conocido como «Il Cigoli»), cuando ese mismo año recibió el encargo de pintar al fresco la cúpula de la capilla conocida como Salus Populi Romani en la basílica de Santa María la Mayor, en Roma, tomó una decisión arriesgada: no apoyó los pies de su Inmaculada Concepción sobre una Luna estilizada y perfectamente lisa, según mandaba la tradición, sino en el satélite craterizado tal y como lo había observado al telescopio el astrónomo de Pisa. Cuatro siglos después, merece la pena acercarse hasta esa imponente basílica romana para comprobarlo.

Los cuatro satélites de Júpiter, hoy conocidos en su honor como galileanos, fueron denominados por él «astros mediceos» (con los numerales I, II, III y IV) en honor al poderoso Cosme II de Médici, antiguo alumno suyo y gran Duque de Toscana. Posteriormente, el astrónomo alemán Simon Marius (que siempre reclamó haber descubierto estos satélites unos días antes que Galileo, aunque su publicación fue posterior) los bautizó, por sugerencia de Johannes Kepler, con los nombres de tres mujeres y un hombre que fueron amantes de Zeus en la mitología griega: Ío, Europa, Ganimedes y Calisto.



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