Adios a Las Armas by Ernest Hemingway

Adios a Las Armas by Ernest Hemingway

autor:Ernest Hemingway
La lengua: es
Format: mobi
publicado: 2010-12-26T14:43:10.110000+00:00


CAPÍTULO XXVI

Me dirigí a la puerta y miré fuera. Ya no llovía pero había niebla.

—¿Subimos? —pregunté al capellán.

—Sólo dispongo de unos minutos.

—Venga.

Subimos la escalera y entramos en mi habitación. Me acosté en la cama de Rinaldi. El capellán se sentó en la mía, acabada de hacer por mi ordenanza. La habitación estaba a oscuras.

—Así —dijo— se encuentra completamente bien, ¿verdad?

—Sí. Pero esta noche estoy cansado.

—Yo también estoy cansado, pero sin razón.

—¿Y la guerra?

—Me parece que va a terminar pronto. No sé por qué, pero tengo esta impresión.

—¿Y por qué?

—¿Usted conoce a su comandante, tan amable? Pues bien, ahora la mayoría son como él.

—A mi también me pasa lo mismo —dije.

—Hemos tenido un verano terrible —dijo el capellán. Lo decía con más seguridad que el día que me había marchado—. Nunca sabrá lo que esto ha sido. De todas maneras, ya ha estado usted allí, y se lo puede figurar. Mucha gente no se ha dado cuenta de que estaba en guerra hasta este verano. Oficiales a los que creía incapaces de comprender, ahora comprende.

—¿Qué ocurrirá?

Pasaba la mano por el cubrecama.

—No lo sé, pero no creo que pueda durar mucho.

—¿Y qué pasará?

—Cesará la lucha.

—¿Quién?

—Los dos lados.

—Así lo espero —dije.

—¿No lo cree?

—No creo que los dos lados dejen de luchar al mismo tiempo.

—Tampoco lo creo yo. Sería pedir demasiado. Pero cuando me doy cuenta de todos estos cambios en los hombres, pienso que esto no puede continuar.

—¿Quién ganó este verano?

—Nadie.

—Ganaron los austriacos —dije—. Nos impidieron tomar el San Gabriele. Ellos ganaron. No pararon de luchar.

—Si piensan como nosotros, pararán.

Usted me desalienta.

—Le digo lo que pienso.

—Entonces, ¿usted cree que esto durará indefinidamente? ¿Nunca pasará nada?

—No lo sé. Todo lo que puedo decir es que no creo que los austriacos se detengan mientras ganen. Es cuando a uno le vencen cuando se vuelve cristiano.

—Los austriacos son cristianos, menos los bosnianos.

—No quiero decir cristianos en un sentido liberal, sino como lo diría Nuestro Señor.

Se calló.

—Ahora somos más buenos, porque hemos sido vencidos. ¿Cómo habría sido Nuestro Señor si Pedro lo hubiese salvado en el huerto de los Olivos?

—Sería lo mismo.

—No lo creo así —dije.

—Usted es desalentador —dijo—. Yo creo que algo va a pasar y no paro de rezar para eso. Ya lo he sentido muy cerca de mí.

—Puede ser que pase algo —dije—, pero sólo nos pasará a nosotros. Si ellos pensasen igual que nosotros, sería perfecto. Pero nos han vencido. Ellos piensan en todo de distinta forma que nosotros.

—Muchos soldados han pensado siempre así. Y no era porque hubiesen sido vencidos.

—Estaban vencidos desde el principio. Fueron vencidos el día en que les arrebataron a sus mujeres para alistarlos en el ejército. Es por esto que el campesino tiene buen sentido, porque ha sido vencido desde el principio. Dele poder y ya verá cómo cambia su buen sentido.

No me contestó... Reflexionaba.

—Mi moral está baja en este momento —dije—. Es porque nunca reflexiono sobre estas cosas. Nunca reflexiono y, no obstante, cuando empiezo a hablar, digo lo que he concebido en mi cerebro sin reflexionar.

—Yo esperaba algo.



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