Acerca de los pájaros by António Lobo Antunes

Acerca de los pájaros by António Lobo Antunes

autor:António Lobo Antunes [Antunes, António Lobo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 2012-11-14T16:00:00+00:00


SÁBADO

Se levantó dos veces por la noche, con náuseas y convulso, para vomitar entre arcadas, inclinado hacia delante, trozos a medias deshechos de filetes en el váter, tan mareado, tan pálido, tan indispuesto que pensó, aterrorizado, Me voy a morir, mientras la mujer se volvía hacia un lado y hacia el otro porque la luz, los pasos, los ruidos de aflicción de mi garganta debían de invadir desagradablemente su sueño, como la campanilla del despertador, en la mesilla de noche casi pegada a la mejilla, se entierra por la mañana en el oído a la manera de un estilete. Debían de ser las cinco o las seis, el alma le salía en pedazos gelatinosos por la boca mustia, y acabé sentándome en calzoncillos en la silla verde junto a la ventana, mirando por los intersticios de la persiana metálica la noche moribunda de la ría, atravesada al sesgo por jirones de claridad turbia que parecían nacer de los ovillos de sombra de los pinos o del basalto confuso, superpuesto, de las nubes. El estómago se asemejaba a un pulpo blanquecino de acidez, retrayéndose e hinchándose en mi vientre, cuyos tentáculos de ácido se deslizaban, a lo largo de las venas, hacia las manos. Debía de tener fiebre porque sentía como un frío de gripe en el cuerpo a pesar de haberme puesto el suéter sobre la piel: los pelos de las piernas, de punta, nacían de pequeños conos ateridos, los testículos desaparecían en el bosque morado del pubis. El grifo abierto del lavabo o del bidé chorreaba su enfado allá al fondo, en el cubo reverberante de azulejos en el que me vaciaba de mí mismo, como la tarde en que te acompañé a la partera, cohibido por la timidez, para ahogar al pez que se ensanchaba, curvo, en tu útero. Ahora que duermes, incólume a la cerveza y a los filetes, y distingo, bajo la colcha, la forma aproximada de tu cuerpo en la aurora sucia de Aveiro, ahora que voy a morir de indigestión, de colitis, de un estruendo de tripas definitivo y postrero, ahora que las encías me saben a salsa descompuesta y a altramuces estropeados, y quizá, al despertar, me encuentres de bruces al borde de la bañera, mirando con una mueca vítrea mi propio reflejo retorcido, me acuerdo de la tarde en que bajé contigo del autobús, cerca de Príncipe Real, camino de la partera, casi no conversamos siquiera, me avisaste desde que empezamos a vivir juntos No quiero hijos, y nunca me atreví a preguntar por qué, por miedo a que cambiases de idea: los dos de Tucha y uno o dos más tuyos serían una camada imposible para mí, una mensualidad imposible para mí, una preocupación imposible para mí, cuatro niños gimiendo a mi alrededor, transformándose, creciendo, había un cubículo repleto de cajas y periódicos en la Azedo Gneco, polvoriento, húmedo, recóndito, oscuro, y yo pensaba a veces Ponemos la cuna de la pequeña allí. Decía siempre La pequeña (nunca me pasó la



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