Abril encantado by Elizabeth Von Arnim

Abril encantado by Elizabeth Von Arnim

autor:Elizabeth Von Arnim [Arnim, Elizabeth Von]
Format: epub
Tags: prose_contemporary
editor: www.papyrefb2.net


XIII

Los días apacibles —apacibles sólo en apariencia— pasaban inundados por raudales de sol, y los criados, tras observar a las cuatro señoras, llegaron a la conclusión de que no había en ellas mucha vitalidad.

A los criados San Salvatore les parecía dormido. Nadie venía a tomar el té, ni las señoras iban a ninguna parte a tomarlo. Otros inquilinos en otras primaveras habían sido mucho más activos. Había habido movimiento e iniciativa; se había utilizado el barco; se habían hecho excursiones; se había encargado el simón de Beppo; gente de Mezzago venía a pasar el día; la casa resonaba con voces; a veces incluso se había bebido champán. La vida era variada, interesante. Pero ¿esto? ¿Qué era esto? Ni siquiera se regañaba a los criados. Se les dejaba por completo a su aire. Bostezaban.

También resultaba desconcertante la total ausencia de caballeros. ¿Cómo podían los caballeros mantenerse alejados de tanta belleza? Ya que, si se sumaba, e incluso tras la sustracción de la dama anciana, las tres jóvenes señoras producían un total impresionante de aquello que los caballeros solían buscar.

También el deseo evidente de cada señora de pasar largas horas separada de las demás damas desconcertaba a los criados. El resultado era una calma mortal en la casa, excepto a las horas de las comidas. A juzgar por los ruidos de vida que había, podría haber estado tan vacía como lo había estado todo el invierno. La señora anciana permanecía sentada en su cuarto, sola; la dama de ojos oscuros se alejaba sola, eso les decía Domenico, que en ocasiones se la encontraba durante sus tareas, vagando incomprensiblemente entre las rocas; la dama rubia muy hermosa se quedaba tumbada en su silla baja en el jardín superior, sola; la dama rubia, también hermosa, pero menos, ascendía las colinas y permanecía allí arriba durante horas, sola; y cada día el sol recorría resplandeciente su trayectoria alrededor de la casa, y desaparecía al atardecer en el mar, y nada en absoluto había sucedido.

Los criados bostezaban.

Y sin embargo, las cuatro visitantes, mientras sus cuerpos permanecían sentados —ese era el de Mrs. Fisher— o tumbados —ese era el de Lady Caroline— o vagando —ese era el de Mrs. Arbuthnot— o subían solitarios a las colinas —ese era el de Mrs. Wilkins—, estaban en realidad cualquier cosa menos aletargadas. Sus mentes presentaban una actividad desacostumbrada. Incluso por la noche sus mentes seguían activas, y los sueños que tenían eran claros, diáfanos y rápidos, completamente diferentes de los pesados sueños de Londres. Había ese algo en la atmósfera de San Salvatore que estimulaba la actividad mental en todos, excepto en los nativos. Ellos, como antes, sin tener en cuenta la belleza que les rodeaba, sin tener en cuenta lo que hicieran las estaciones pródigas, permanecían inmunes a las ideas que no fueran las que estaban acostumbrados a tener. Durante toda su vida habían presenciado, año tras año, el espectáculo asombroso y periódico que abril traía a los jardines, y la costumbre lo había hecho invisible para ellos.



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