¡Bernabé, Bernabé! by Tomás De Mattos

¡Bernabé, Bernabé! by Tomás De Mattos

autor:Tomás De Mattos
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial Uruguay
publicado: 2011-07-05T00:00:00+00:00


—¿Usted vio ese día a los caciques Rondó y Brown? Porque no los ha mencionado...

Mi padre protestó:

—¡Manuel! Fijate que no se nos pase el asado.

Gabiano se protegió respondiéndole exclusivamente a monsieur Péguy:

—¡Usted dirá, patrón! Pero fíjese que todavía está goteando demasiado.

Luego de un instante, Narbondo insistió y se topó con esta respuesta:

—Los conocía de nombre y los vi, a uno muerto y a otro vivo, al día siguiente.

Esa mañana sucedieron, uno tras otro, y desde el amanecer, muchos incidentes. La chusma, rendida, hacía poco que se había silenciado y Gabiano había caído en un profundo sueño que le resultó muy breve porque, de pronto, irrumpió en el campamento una caballería y se agregó, a los cascos herrados de los caballos y a los gemidos de una carreta, el clamor de triunfales voces brasileñas.

—No estaban uniformados pero portaban una bandera brasilera y otra uruguaya. Despertaron a los indios, quienes al ver a otros compañeros malheridos y engrillados, como al cacique Brown, volvieron a cantar quejas y maldiciones y a golpear sus grilletes con inusitado frenesí. No les puedo decir lo que gritaron cuando llegó la segunda carreta.

Había llegado la gente de “Cuña Pirú”. Les bastó ver los cadáveres aún esparcidos de los indios y el volumen de la chusma reducida y encadenada con grilletes para darse cuenta de que la operación de don Frutos había resultado un éxito tan rotundo que merecía ese festejo; al que añadieron su propio júbilo, porque ellos también habían vencido, pronto se supo que en la Cueva del Tigre. Aunque caía sobre sus espíritus el dolor de las cuantiosas bajas sufridas, que se podían contar por los cadáveres de hombres blancos que, de a dos, cargaban las mulas.

Muchos jinetes venían heridos y tres o cuatro hombres que traía la primera carreta, al cuidado de cinco soldaderas arremangadas y con la ropa ensangrentada, languidecían al borde de la muerte. El doctor Cousiños y sus ayudantes, quienes se habían aprestado a trabajar mucho en la tarde anterior y se habían visto beneficiados por la escasa cantidad de heridos del Ejército, tuvieron esa mañana un requerimiento tan sorpresivo como desbordante.

La segunda carreta penosamente arrastrada por una doble yunta de bueyes llegó retrasada. El toldo henchido como el vientre de una embarazada cuantificaba la cosecha de la muerte.

—Cuando la vi venir, no sé si media hora después, no entendí nada. Era lógico que los brasileros no mezclaran heridos con muertos, pero no entendí por qué trajeron los cadáveres de los indios como si fueran un botín de caza. ¿Querían que don Frutos los viera con sus ojos y los contara?

Era enorme, casi un carretón, más larga que alta. Hoy, al describírtela, mi imaginación puede acudir al lúgubre recuerdo de los carros de pobres que, a comienzos de 1868, cargaban hacia el atardecer a todos los muertos que durante ese día había cobrado la epidemia de cólera. No podían cerrar sus puertas, ¿recuerdas? e inevitablemente dejaban asomar piernas, brazos y hasta cabezas extremadamente pálidas.

—El toldo estaba deformado por los bultos de tantos cuerpos y por sus costados asomaban brazos y piernas.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.