¡Bang, bang, estás muerto! (III) by AA. VV

¡Bang, bang, estás muerto! (III) by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2012-05-21T00:00:00+00:00


CAPÍTULO XII

Aquella vez sí que fue un pandemónium lo que se organizó en la sala. A Prescott le llevó tres o cuatro minutos acallar voces, exclamaciones y ruidos. La amenaza de despejar la sala en lo más dramático de la accidentada encuesta aplacó los ánimos.

Di Santi, frenado por el policía que le custodiaba, avanzó hacia el banquillo. Nadie notó que una persona del público se incorporaba en medio del barullo y se iba aproximando imperceptiblemente hacia la salida.

Las protestas airadas de Colleman no eran atendidas por nadie, y mucho menos por el coroner, que ya se veía en primera planas de todos los diarios, al convertirse una simple encuesta en un juicio apasionante, de donde estaba brotando una verdad increíble, hasta entonces bien oculta. Harry Mentor, muy satisfecho, aún esperaba con secreto júbilo el momento de esgrimir el último triunfo preparado por Mark Graham.

Di Santi se había desinflado ya. La acusación contra él era demasiado grave para que esperase eludirla. Se había insinuado allí que el misterioso «señor Smith» podía ser el asesino, y Di Santi estaba dispuesto a evitar que la teoría prosperase. La primera pregunta de Mentor fue dura e inesquivable:

—¿No es cierto que cuando Graham y la señorita Mayo le encontraron en la carretera de Nob Hill venía usted del ferry que le condujo a Sausalito?

—Es cierto.

—¿Y que allí había telefoneado a Wallace’s pidiendo las flores para Valentine?

—Sí.

—¿Quién le encargó eso, Di Santi?

—Nadie —Di Santi se mordió los labios—. Nadie.

—¿Quiere eso decir que usted, por sí mismo, pidió las flores para alguien que aún nadie sabía hubiese muerto, excepto el culpable?

—Quiero decir que no voy a hablar aquí. No hablaré por ahora. No pueden obligarme.

—¿Prefiere ser acusado de homicidio triple?

—Prefiero esperar al juicio. No hablaré nada en absoluto.

Un revuelo llegó del exterior de la sala de juicios. Mark volviose vivamente. Un ujier apareció, muy agitado, cruzó la sala, repentinamente silenciosa, y se acercó al coroner, a quien dijo algo al oído. Éste sonrió y miró a Graham más que a Mentor, al decir:

—Su segundo testigo. Ya le han traído. ¿Puede pasar?

—Sí —dijo Mark, volviendo a mezclarse en el proceso, sin que nadie le dijera nada⁠—. El señor Di Santi puede bajar de su banquillo. No es precisa ya su declaración.

Marcelo, conducido por el agente que le custodiaba, vaciló antes de abandonar el estrado. Estaba muy pálido, y miró fugazmente a la persona que, ya muy próxima a la puerta, no le quitaba los ojos de encima.

La entrada a la sala se abrió. Aparecieron dos agentes uniformados, llevando, esposado, a Hans van Buren, el holandés de Santa Rosa. Mark sonrió; el telegrama de las autoridades de Santa Rosa había sido escueto pero sincero: «Registrada casa Van Buren. Partimos con detenido hacia San Francisco. Pruebas logradas. Gracias».

Ahora, Van Buren fue conducido casi a la fuerza al estrado de los testigos. El dramatismo de la escena era enorme. Jan Mayo no perdía de vista un solo incidente. El respeto de todos hacia aquel joven detective de cabellos rebeldes y figura vigorosa iba en aumento a medida que se acercaba el desenlace de la asombrosa encuesta.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.