Años 733 a 1430 by Edward Gibbon

Años 733 a 1430 by Edward Gibbon

autor:Edward Gibbon [Gibbon, Edward]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Historia
ISBN: 978-84-15427-19-3
editor: Turner
publicado: 2005-12-31T23:00:00+00:00


Aquel galardón que burló el empeño de Petrarca, se allanó a lo dicho y el tesón de Boccaccio 93 su amigo y el padre y fundador de la prosa toscana. Aquel autor popular, cuya nombradía se cifró en el Decamerón, un centenar de novelas chistosas y lascivas, puede aspirar al elogio más formal de haber logrado fomentar en Italia el estudio de la lengua griega. En 1360, un alumno de Barlaam, que se llamaba León, o Leoncio Pilato, se detiene en su viaje para Aviñón, a instancias y hospedaje de Boccaccio, quien le alcanza de la República florentina una pensión, y plantea la primera escuela de griego en la parte occidental de Europa. La traza de Leoncio era para conocer al discípulo más denodado, pues iba encapotado a lo filósofo o a lo mendigo; su catadura es horrorosa, y emboscado con su barba negra, larguísima y revuelta, sus modales montaraces, su genio avinagrado y variable, ni le cabe suavizar el habla con expresiones latinas propias y elegantes. Pero su entendimiento atesora la sabiduría griega: historia, fábula, filosofía, gramática, todo está a su disposición, y va explicando los poemas de Homero en su escuela de Florencia. Con aquellas explicaciones publicó después Boccaccio, aunque en realidad era de Leoncio, una versión prosaica literal de la Ilíada y la Odisea, que satisfizo el ansia de Petrarca su amigo, y que quizás un siglo después sirvió a Lorenzo Valla calladamente para su traducción latina. Con las especies que le fue suministrando Leoncio, arregló Boccaccio los materiales para un tratado de la genealogía de los dioses paganos, obra para su tiempo asombrosa por su erudición y su contexto, salpicado todo ostentosamente de pasos y caracteres griegos, para merecer el pasmo y los aplausos de los lectores por lo general ignorantes. 94 Todo arranque, y más en literatura, es pausado y trabajoso, pues en toda Italia se vinieron a contar solamente diez alumnos de griego, y ni Roma, ni Venecia, ni Nápoles apuntaron un solo renglón a este esmerado y menguadillo catálogo. Pero creciera aquel número, y surtiera el intento, si el insubsistente León, a los tres años, no desechara aquella colocación decorosa y benéfica, y aunque en su tránsito lo agasajó por algún tiempo Petrarca, aunque siguió disfrutando las luces, no pudo menos de extrañar lastimosamente la índole destemplada e insaciable del novelista. Mal hallado con el mundo y consigo mismo, desestima León sus logros actuales, al paso que su fantasía lo enamora de todo lo ausente. Es un tesalio en Italia y un calabrés en Grecia; entre los latinos menosprecia su idioma, religión y costumbres; desembarca en Constantinopla y al punto prorrumpe en suspiros tras la riqueza de Venecia y los primores de Florencia. Se desentienden los amigos italianos de sus ruegos encarecidos, pero cuenta con sus anhelos y su condescendencia, y se embarca de nuevo, entra en el Adriático y le asalta una tormenta, que le descarga un rayo en la frente y lo mata amarrado, como Ulises, a un mástil. El humanísimo



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