A timba abierta by Óscar Urra

A timba abierta by Óscar Urra

autor:Óscar Urra [Urra, Óscar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2008-03-02T16:00:00+00:00


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X

Mierda, mierdita, mierda, mierda de mi corazooón, canturreaba Meléndez cambiándole la letra a la copla maldiciendo de la mañana soleada, del tráfico de Madrid y del día en que nació. El café con el churro de mala muerte que se había desayunado en compañía del comisario Subirats le daba vueltas en el estómago como las daba su coche alrededor de la atribulada plaza de Tirso de Molina: sin rumbo, sin sentido, con náusea. Y para completar su estúpida manía circular, en su cabeza giraban como en un grotesco carrusel conceptos tales como jubilación anticipada, boda sin alegría, vejez sin consuelo.

Cuando le confesó que nada había avanzado en el tema de los italianos en el centro de Madrid, el Pasmao había estado a la altura de su leyenda: fofo, cabrón, inexorable. Sin pestañear le había explicitado lo que en la reunión anterior solo le llegó a insinuar: que estaba acabado, que no tenía nada que ofrecer al Cuerpo, que unos van y otros vienen, y que él ya se estaba yendo, porque según saliera de allí iría a entregar su informe a Personal, dejando muy claro que en Leganitos ya no le hacía ninguna falta.

Si hubieran estado en el despacho del comisario, Meléndez habría sabido decir sus cuatro verdades: pero su astuto jefe escogió para el encuentro el bar As Meigas, junto a la comisaría, donde Meléndez era cliente habitual y donde tenía reputación de tranquilo, sobrado y matarife. Aguantó el chaparrón como pudo, más sonriente y pálido que nunca, y por dos veces entró con toda naturalidad en el servicio para intentar vomitar el café y el churro que los nervios le lanzaban al gañote. Allí, envuelto en el agrio olor de naftalina de los urinarios, vio su imagen reflejada en el espejo, y de pronto la cadenita con su llave de plata brilló en su pecho con una discreta luz de esperanza, porque recordó que ese mismo día tenía una cita con el detective.

Volvió a la barra del bar imprimiendo a sus pasos cadencia de vals, impidió que Subirats pagara el desayuno, y echó el que bien pudiera ser el último órdago serio de su vida.

—Jefe, bajo juramento solemne, si antes de las tres de la tarde del día de hoy no le pongo encima de la mesa algo sobre este tema, delante suyo firmo los papeles de la prejubilación.

Los azules ojos abisales de Subirats le miraron con indiferencia, como si no le considerara ya miembro del gremio, como si su persona fuera toda ella pretérito pluscuamperfecto.

—Bueno, Goyo, que no se diga que no se te dieron oportunidades —⁠fue la magnánima concesión del Empanao.

Eran las once y cinco, por tanto estaba a tres horas y cincuenta y cinco minutos antes de la jubilación, vejez, muerte anticipada, aburrimiento y hastío: a no ser que un detective ludópata, alcohólico y otros adjetivos esdrújulos que sin duda le cuadraban le diera algo sólido que llevar al buche insaciable de su jefe.

Meléndez logró aparcar al fin en la calle Magdalena, delante de una tienda de muebles.



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