A Quemarropa by Richard Stark

A Quemarropa by Richard Stark

autor:Richard Stark
La lengua: spa
Format: epub
Tags: prose_contemporary
ISBN: 9788490061060
editor: www.papyrefb2.net


TERCERA PARTE

Para Parker, el camino fue largo y difícil desde Stegman, el taxista, en Carnasie hasta la ventana del hotel St. David. Lo de Carnasie fue un callejón sin salida. Lynn resultó fácil de encontrar; constaba en la guía telefónica bajo su propio nombre. No había razón para que no fuera así... se suponía que Parker estaba muerto. Pero Mal era más precavido. O bien utilizaba un nombre distinto.

Así que Parker regresó a Manhattan desde Carnasie, al hotel donde le habían reservado la habitación porque él no les había dado instrucciones en sentido contrario. Se quitó la ropa que llevaba hacia tres días, se duchó y afeitó, volvió a vestirse y salió a comer algo y a pensar...

Sentado a la mesa del restaurante, se le ocurrió la idea. Había intentado encontrar a Mal a través de Lynn y el sistema se reveló ineficaz desde un principio. Ahora tendría que intentarlo de otro modo. Era lógico suponer que Mal volvía a estar relacionado con el sindicato. Quizá lograra encontrarle a través del sindicato.

Ese sistema no le gustaba. La gente del sindicato tenía fama de encubrirse entre sí.

En cuanto empezara a husmear, Mal se enteraría. Mal sabría que estaba vivo y buscándole. Sin embargo, no podía hacer otra cosa; éste era el único recurso que le quedaba.

Terminó de comer y tomó un taxi hasta Central Park Oeste y la calle 104. Este era el peor extremo del parque, donde los barrios pobres se habían extendido hacia el sur y el este hasta llegar al mismo borde de la hierba. Parker echó a andar hacia el oeste por la 100 hasta llegar a una tienda de ultramarinos. Habla un letrero que decía BODEGA, en español, en letras negras sobre fondo amarillo, debajo del emblema de la Pepsi-Cola. Debajo de BODEGA figuraba el nombre del propietario en letras negras más pequeñas: Delgardo.

En el interior reinaba un hedor compuesto por veneno para cucarachas, harina podrida, cera para suelos, madera vieja, género humano y cien cosas más. Dos mujeres bajas y gordas, vestidas de negro, eran las únicas clientes. En el reducido espacie detrás del mostrador, un corpulento hombrecillo con un abundante bigote se rascaba el codo izquierdo, con la mirada perdida en el infinito.

Parker pasó junto a las mujeres y dijo al hombre:

—¿Ha visto a Jimmy últimamente?

Delgardo continuó rascándose el codo. Volvió a la realidad y fijó los ojos en la cara de Parker.

—¿Es amigo de Jimmy?

—Sí.

—Entonces, ¿cómo es que no sabe dónde está?

—Perdimos el contacto.

—¿Cómo es que no le había visto hasta hoy?

—Jimmy trabajó para mí en aquel asunto de la nómina en Buffalo.

Las manos de Delgardo se crisparon súbitamente y miró con alarma a las dos mujeres. En voz baja y apremiante, dijo:

—No hable de este modo.

Sin bajar la voz, Parker prosiguió:

—Usted ha querido saber quién era. Ahora ya lo sabe. Ahora puede decirme dónde está Jimmy.

Delgardo dio nuevas muestras de inquietud, pero las dos mujeres continuaban manoseando las diversas mercancías de la tienda. Se retorció nerviosamente el bigote y dijo:

—Venga a la trastienda.



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