A Punta De Espada by Ellen Kushner

A Punta De Espada by Ellen Kushner

autor:Ellen Kushner
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Fantasía
ISBN: 9788498890198
editor: Alamut
publicado: 2009-08-14T16:00:00+00:00


CAPÍTULO 17

Cuando se le despejó la vista estaba en un carruaje. Tenía las manos y los pies atados, y las cortinillas estaban echadas. Le dolía la cabeza y tenía sed. Considerando que pronto seguramente estaría muerto no debería importarle, pero ansiaba desesperadamente algo que beber. El bamboleo del carruaje sobre el empedrado era intolerable. Empedrado... eso significaba que estaban en algún lugar de la calle Hertimer, subiendo hacia la Colina.

—¡Hey! —gritó. Las reverberaciones en su cráneo hicieron que se arrepintiera; pero al menos podría causarle problemas a alguien. Algo terrible acababa de ocurrir, lo cual en cierto modo era culpa suya, y gritar quizá lo aplacara—. ¡Hey, parad esto enseguida!

La única respuesta que obtuvo —o era de esperar que obtuviera—fue un feroz aporreo en el techo del carruaje. Se sentía como un guisante adornado con nudos rodando en el centro de un tambor. Había pensado cenar algo cuando volviera del taller de Applethorpe...

Algo en su cerebro intentó impedir que sus pensamientos tomaran ese rumbo, pero resultaba imposible detener el torrente que se desató. La imagen le golpeó primero en el estómago, hasta tal punto que pensó que iba a vomitar; pero luego el dolor subió y le arrebató la respiración, anudándole los músculos de la garganta y la cara... No se presentaría llorando ante Horn. Al menos eso podía impedirlo. Sus captores le habían desarmado; pero había otras formas de matar a un hombre. Había peleado, y aprendido algunas de ellas. Daba igual lo que dijera De Vier; De Vier no sabía lo pronto que tendría que enfrentarse a su enemigo. ¿O sí? La desfachatez de Horn asombraba a Michael: seguramente el carruaje había aguardado como medida de emergencia en caso de que fracasara De Vier. Quizá Horn pretendía acostarse con él antes de tenderle la trampa de otro desafío... Visiones violentas y eróticas corrieron por el laberinto de dolor y todas las emociones que nunca antes había tenido que sentir, con el dolor, el pesar y la furia enroscándose en un trance conciliador y curiosamente seductor. Absorto en él, sólo notó que el carruaje se había detenido cuando oyó el chirrido de la verja al abrirse.

Cuando entró traqueteando en el patio se puso completamente alerta. Tenía la respiración acelerada, la consciencia de su cuerpo parecía sobrenaturalmente aumentada. El dolor estaba ahí, pero también la fuerza y la coordinación. Cuando abrieran la puerta estaría preparado para ellos.

Pero no abrieron la puerta. El carruaje se detuvo frente a lo que supuso que sería la entrada principal de la casa. Pudo oír cómo se apeaban sus captores, los gruñidos apagados de voces impartiendo órdenes. Luego se produjo el silencio. No pensarían dejarlo allí toda la noche, ¿verdad?

Cuando se abrió la puerta del carruaje dejó paso a una luz tan cegadora que sus ojos pestañearon y lagrimearon.

—Cielos —dijo una voz femenina salida del deslumbrante nimbo—. ¿Hacía falta ser tan concienzudos?

—Bueno, su señoría, intentó matarme.

—Aun así... Desátale los pies, por favor, Grayson.

No siquiera miró al hombre que se arrodilló sobre sus tobillos. La duquesa



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