A nú buen amigo Manuel Lorente Garcia, de Sevilla, en prueba de agradecimiento por sus sinceras criticas y acertadas sugerenci by FEDE

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autor:FEDE [FEDE]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


CAPITULO V

CONFESIÓN

Aznar regresó al campamento. Benito Caldera estaba allí, como si nunca se hubiera movido de aquel lugar. Junto a él, Panchito, el muchacho mejicano que hacía de mensajero y ayudante, preparaba la carne para asarla en la hoguera convertida en rescoldo.

—Hola, Pepe —saludó el mejicano.

—Hola, Francisco. Buenas noches, Benito.

—Creí que no volverías —observó Benito.

—Quiero despedirme de ti.

Benito jugueteó con una rama seca de pino.

—¿Adonde vas? —inquirió, sin levantar la vista de la rama.

—Aún no lo sé. Hacia el Este.

—Dicen que han matado a Beers. ¿Sabes algo de ello?

—Sí. Yo estaba allí cuando murió.

Benito levantó rápidamente la cabeza.

—¿Subió a sorprenderte? —inquirió.

—Sí. Creyó que no me daría cuenta de su llegada.

Pepe Aznar no deseaba seguir hablando.

—Prepara la carne —dijo a Panchito—. Tengo hambre.

—¿Cuándo te marchas? —preguntó Caldera.

—Pasado mañana. Nan me acompañará. Iremos a Potrero a casarnos.

Panchito comenzó a asar carne y los otros prepararon el café y cortaron las grandes rebanadas de pan, tostándolo con ajo y tocino.

De madrugada, Panchito regresó a Los Angeles, y a las diez de la mañana don Goyo escuchaba de sus labios la noticia.

—Sí, patrón, lo quemó el mismo Pepe. Se lo oí decir con estos oídos —y se tocó las orejas—. Él señor Beers subió al bosque a sorprender a Pepe en el sitio donde se reúne con la hija de los Linton.

Don Goyo torció el gesto; pero más que el odio familiar le interesaba conocer los detalles de la hazaña de Pepe. Francisco siguió:

—Subió hasta allí; pero cayó en la misma trampa que él había preparado.

Don Goyo, eufórico, pidió más detalles.

—¡Dime cómo lo hizo! ¿Qué pasó?

A Panchito nunca le había faltado imaginación. Los pastores de ovejas viven demasiado solos para no ser gentes de gran fantasía. Tanto como callan sus labios habla su cerebro, rumiando incesantemente los recuerdos, los sucesos pasados y los por venir. Por eso no le costó gran cosa complacer a don Goyo fantaseando alegremente sobre lo poco que había dicho Pepe Aznar.

—El señor Beers subía sin hacer ruido; pero eso era lo que él imaginaba, porque ya sabe cómo tenemos nosotros los oídos. No se nos escapa ni un roce. Pepe lo oyó y pudo haberlo baleado desde que empezó la subida; pero ya sabe usted, patrón, como es Pepe. Tiene sus principios y no se apea de ellos. Por eso dejó que Beers subiese con su Marlin de doce tiros y empezara a buscarlo para meterle los doce plomos en el cuerpo. Cuando Pepe se convenció de que el señor Beers llevaba malas intenciones, amartilló su Colt y le llamó, diciendo: «Aquí estoy, si me busca.» Y en seguida se apartó un poco para que el otro no le alcanzara con el disparo...

—Dicen que le encontraron con el revólver disparado —dijo don Goyo, que sorbía ávidamente el relato del mejicanito.

—Seguro, patrón, seguro. Porque el muy llevaba, además de un rifle, un revólver y cuando Pepe le dio el alto, soltó el rifle y dijo que iba desarmado. Entonces Pepe se acercó; pero no muy confiado. Entonces Beers sacó su



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