Pérdida by Raúl Garbantes

Pérdida by Raúl Garbantes

autor:Raúl Garbantes [Garbantes, Raúl]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2019-06-14T16:00:00+00:00


Capítulo 20

El césped está seco. Las macetas, deslucidas y sin flores. La tierra está toda batida, quizá por los perros del vecindario; quizá porque hay topos. O quizá por ambas razones. Louise Hensley duda por un momento. Recuerda haber pasado por ahí en algún momento para entregar más de alguna canasta navideña, pero de eso hace ya muchos años. ¿Se habrá equivocado? La duda se le disipa al poner su mirada sobre el vetusto buzón. Ahí lo dice con toda claridad: familia Jones. Louise está en el lugar correcto. No le extraña no haberlo reconocido. Alessandra siempre fue amante de la jardinería. Su jardín frontal era, sin duda, el más bonito de la calle. Siempre muy verde, con un aroma bellísimo, con muchas flores. Pero de eso no queda nada.

Avanza por el caminillo que la conduce al porche. Lleva las dos manos ocupadas con una caja de cartón corriente y, sobre ella, un táper con macarrones. Tiene que hacer malabares para poder tocar el timbre. Pero no hay respuesta. Insiste. Louise intenta aguzar el oído para ver si escucha pasos que se acerquen a abrir la puerta. Usa su visión periférica, trata de mirar si alguien recorre las cortinas para saber quién llama. Nada. Louise exhala, siente la derrota.

—Siempre me cayeron bien, ¿sabes? David y tú. Y Helen, una lindura. Creo que nunca te di el pésame —dice una voz proveniente de un rincón.

Louise se da cuenta de que ahí, hundida en una poltrona de jardín arrumbada en el porche, está sentada Alessandra. Lo que queda de ella es tan gris que hasta consigue mimetizarse con la desangelada y descuidada fachada de la casa. Louise se acerca y lanza una sonrisa pequeña pero honesta.

—Alessa.

La mujer le regresa el gesto, también con franqueza. Los pliegues alrededor de la boca le dibujan a Alessa una tristeza permanente, incluso cuando intenta sonreír. No se parece en nada a la Alessa que conoció en la infancia de Helen, cuando Paul era el chofer del bus de la escuela. Louise intenta reconstruir en su cabeza la imagen de la mujer que alguna vez conoció.

Antes de llamarse Alessandra Jones, su nombre fue Alessandra Costa. Nunca ha sabido exactamente de dónde es, porque Alessa es muy discreta respecto a su pasado. Sus facciones de mulata caribeña eran impresionantes. Aún lo son, incluso en su presente sombrío. Su rostro tiene una presencia particular, una de esas bellezas de trazos duros que resultan magnéticas.

Se sienta junto a Alessa y pone las cosas en una mesita destartalada.

—Me enteré de lo de Paul. David y yo lo supimos recién. Habría venido antes. Lo sabes, ¿verdad?

—¿Qué es eso?

—Macarrones.

—No, la caja.

Louise espera un momento antes de responder. Ensayó las palabras correctas en el camino.

—David la trajo desde Riverbend. Son las cosas de Pauly. No es mi intención ser entrometida, solo quise traerlas por si hubiese algo que quieras conservar.

—Deliberadamente, decidí no recoger sus cosas cuando nos llamaron para decirnos que se había suicidado, Louise.

Se siente avergonzada. Alessa lo nota.

—No lo digo como un reproche.



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