Las crónicas mestizas by José María Merino

Las crónicas mestizas by José María Merino

autor:José María Merino [Merino, José María]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1991-12-31T16:00:00+00:00


XVIII

En el atardecer del día primero topamos con una granja que se hallaba en el lindero de la selva, protegida por una empalizada. Nos recibió el dueño, un encomendero rico que consideraba aquella tierra la mejor y más fructífera que pudiéramos imaginar. No temía a los indios, pues todos los de la comarca se habían avenido a la dominación, siguiendo el ejemplo de sus caciques, y colaboraban pacíficamente en el crecimiento y mejora de las haciendas.

Cuando nos interesamos por Rubén y Lucía, dijo recordarlos perfectamente, pues el hombre negro y la muchacha india, vestidos a la española, formaban una pareja singular.

Añadió que ambos andaban a la busca de algunas gentes, entre ellas el Bachiller Simancas, hombre muy cercano al Adelantado y bien conocido de todos por su astucia. Y que el mismo día que ellos pasaron por la granja, lo habían hecho también unos soldados que dijeron haber visto recientemente al Bachiller, pero mucho más al este, y que aquél viajaba solamente con sus dos criados y parecía ir con prisas a la misión que tuviese que desempeñar. Que, ante tales informes, Rubén y Lucía decidieron encaminarse también hacia el este, lo que habían hecho de inmediato, sin esperar un nuevo día.

Nosotros nos fuimos cuando apenas era el alba, siguiendo una vereda que sin duda servía habitualmente para el transporte y la comunicación entre los conquistadores, pues en ella nos cruzamos con una patrulla militar, a la media mañana, y al mediodía con unos cuantos mercaderes agrupados en caravana, que a nuestras preguntas nos informaron que estábamos ya muy cercanos a un poblado de indios amistosos.

En las inmediaciones del poblado se alzaba el bohío de un cristiano que había organizado una precaria posada, donde nos cobijamos. Iban a pasar también la noche en ella tres frailes franciscanos, con los que mi padrino trabó conversación enseguida.

Los frailes nos relataron que ellos se encaminaban a México-Tenochtitlán, andando y sin otra ayuda que la de unos leales indios que les servían de tamemes, para visitar al virrey don Antonio de Mendoza, por todos conocido como gobernante justo y capaz, y exponerle sus gravísimas quejas, que el Adelantado don Francisco de Montejo no quería, o no podía, atender.

Contaron los frailes que la predicación de la doctrina cristiana —fin principal de la Conquista, como era de todos sabido— requería no sólo paciencia en los adoctrinadores y atención en los catecúmenos, sino tiempo para exponer y traducir todos sus puntos y razones. Mas que los encomenderos —como la gente militar— veían con malos ojos dicha labor, pues si los indios acudían a la doctrina, dejaban de trabajar los campos y de servir en los campamentos; y esa mengua de los indios más jóvenes en las labores de la labranza y las necesidades cuarteleras tenía a los encomenderos muy alborotados y bastante molestos a los soldados.

Los frailes expresaban muy mala opinión de los encomenderos:

—Es gente abusiva y poco amiga de respetar leyes ni ordenanzas —dijo el fraile más joven—. Cuanto más lejos se sienten del Rey, más hacen y deshacen sin freno ni tasa.



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