La flor de lís y el león by Maurice Druon

La flor de lís y el león by Maurice Druon

autor:Maurice Druon
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico
publicado: 1960-01-01T00:00:00+00:00


Tercera parte

V. Conches

Aquel año el invierno fue relativamente suave.

Antes de despuntar el día, Lormet de Dolois iba a despertar a Roberto, quien lanzaba varios bostezos de fiera, se mojaba un poco la cara en la bacía que le presentaba Gillet de Nelle, y se ponía el traje de caza, de cuero y forrado de pieles, el único que le gustaba llevar. Luego iba a oír misa en su capilla; el capellán tenía orden de despachar los rezos, evangelio y comunión en pocos minutos. Roberto daba golpecitos con el pie si el capellán se retrasaba un poco, y aún no estaba guardado el copón, cuando Roberto ya había pasado la puerta.

Tomaba una taza de caldo caliente, dos alas de capón o un trozo de cerdo, con un buen vaso de vino blanco de Meursault, que despabila, se cuela por la garganta como si fuera oro y despierta los humores dormidos por la noche. Todo eso de pie. ¡Ah, si la Borgoña produjera solamente vino y no también duques! «Comer por la mañana da mucha salud», decía Roberto, quien aún seguía masticando mientras iba en busca del caballo. El cuchillo a un lado, el cuerno en bandolera, y el gorro de piel de lobo metido hasta las orejas, Roberto ya estaba sobre la silla de montar.

La jauría de perros corredores, inquieta, mantenida bajo látigo, ladraba a más y mejor; los caballos piafaban al sentir en la grupa el frío de la mañana. El pendón flotaba en la torre del homenaje, ya que el señor estaba en el castillo. Bajado el puente levadizo, perros, caballos, criados y monteros se lanzaban con gran alboroto hacia la charca, situada en el centro del burgo, y llegaban a la campiña a la zaga del gigantesco barón.

En los prados de la región de Conches se arrastra, las mañanas de invierno, una leve bruma blanquecina con olor a corteza y a humo. ¡Verdaderamente a Roberto de Artois le gustaba Conches! No era más que un pequeño castillo, pero muy agradable, rodeado de exuberantes bosques.

Un sol pálido disipaba la bruma en el momento en que Roberto llegaba al lugar de cita donde los criados que llevaban perros rastreadores darían su informe; habían recorrido el bosque a hora temprana y habían señalado con ramas los sitios donde estaba la caza. Atacaron cara al viento.

En los bosques de Conches pululaban los ciervos y jabalíes. Los perros estaban bien amaestrados. Si se impide al jabalí detenerse para orinar, no se tarda mucho más de una hora en cazarlo. Los grandes y majestuosos ciervos requerían más tiempo; en largas desemboscadas en que la tierra saltaba a terrones bajo los cascos de los caballos, corrían, con la lengua fuera, jadeantes bajo la pesada cornamenta hacia un estanque o pantano perseguidos por los ladridos de los perros.

El conde Roberto salía de caza al menos cuatro veces por semana. Sus cacerías en nada se asemejaban a las cabalgadas reales, en las que doscientos señores se apretujaban, en las que no se veía nada y donde, por temor a perder la compañía, se cazaba al rey más bien que a los venados.



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