La balada del sofá by Alejandro Negueruela

La balada del sofá by Alejandro Negueruela

autor:Alejandro Negueruela [Negueruela, Alejandro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2011-02-14T16:00:00+00:00


Capítulo 6

… y visité Tenerife

y volví sin acento canario, «muyayo»

Si durante la primera adolescencia sufres una especie de autismo voluntario, una tendencia al aislamiento y a la automarginación creativa, ser el raro de tu grupo en el colegio es una bendición. Los compañeros pasan de ti la mayor parte del tiempo. Es probable que tengas que enfrentarte, en toda tu vida de estudiante, a cinco o séis situaciones incómodas con un embarazoso protagonismo no buscado en el que quedas como mártir: un zarandeo en los cuartos de baño, levantado diez centímetros del suelo por los cuellos de la camisa a manos del equipo de fútbol, una zancadilla en las escaleras, una misteriosa caída desde la ventana del aula de manualidades que, para colmo, tienes que encubrir si no quieres que la próxima vez vayan más allá de un costurón en la cabeza. Cuando llegas a los ciclos superiores, parece que la gente madura un poquito, y te margina lo justo. Puedes faltar toda una semana, que nadie te va a preguntar qué te ha pasado. Puedes llegar un día a la primera clase de la tarde sangrando por la nariz y nadie se va a levantar de su silla. Puedes tener los mejores apuntes de la clase, que a nadie se le ocurrirá pedírtelos (y yo encantado, claro, no es que me hiciera ilusión desprenderme de mis cuadernos y tener que andar pendiente de exigirlos al día siguiente).

Puedes quedarte dormido mientras todo el grupo visita la catedral de Palma de Mallorca el tercer día del viaje de estudios, que nadie se va a preocupar por el chico raro que no se ha montado en el autobús.

En la ausencia del habitual alboroto, me desperté a las tres de la tarde en mi habitación del hotel Son Duy. A pesar de que la compartía con tres chicas, estaba solo. Era muy tarde para bajar a desayunar, y la comida que habíamos pagado estaba en el autobús. Mis tripas gorgoteaban mientras a varios kilómetros Jon Torrente, nuevo capitán del equipo de fútbol y portavoz del grupo por aclamación popular, protegido del sol de primera hora de la tarde por la sombra más fresca de la isla, la de la imponente catedral, se encontraba con que un bocadillo y una lata de coca-cola escapaban al reparto, quedándose huérfanos en la bolsa. Y yo muerto de hambre.

Moisés estaba en el recibidor del hotel, con todo su encanto desplegado ante cualquier estudiante dispuesto a prestarle atención. No se había registrado nadie después de nosotros, y la gran mayoría de los estudiantes hospedados en el Son Duy habían pasado ya por el Maxy, de modo que el chico estaba bastante relajado, sin mucho trabajo.

Tú eres del grupo de Bilbao, ¿verdad?

Así es.

No me digas que te has quedado solo.

No te lo diré.

Ja, ja, ja— me pregunté, encandilado, cuánto habría de profesional en su risa.

Un grupo de chicas escandalosas bajó por las escaleras y apareció junto a la recepción. Moisés se alejó de mi lado, acariciándome el brazo con la mano en un gesto cordial.



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