La otra mitad de París by Giuseppe Scaraffia

La otra mitad de París by Giuseppe Scaraffia

autor:Giuseppe Scaraffia [Scaraffia, Giuseppe]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2023-05-29T00:00:00+00:00


* * *

1939. Frida Kahlo, que en México había sido la mejor de las anfitrionas para André Breton, se vio obligada en París a compartir una pequeña habitación con la hija del pope. Pero lo que realmente la indignaba era la inercia del escritor frente al secuestro de sus cuadros. «Cuando llegué, los cuadros todavía estaban en la aduana, porque ese hijo de puta de Breton no se tomó la molestia de sacarlos», de modo que la exposición que le había prometido se retrasaba. Por suerte para ella, intervino para salvarla un hombre con «los pies en la tierra»: Marcel Duchamp.

«Este pinchísimo París me cae como patada en el ombligo», murmuraba la artista. La exposición resultó «un éxito y, teniendo en cuenta la calidad de los asistentes, creo que las cosas han ido bastante bien…». Cierto, no había vendido mucho, pero el Louvre había adquirido uno de sus cuadros, El marco; sin embargo, no conseguía perdonar a Breton que hubiera llenado la sala de «pura basura», como definió la pintora las esculturas precolombinas, los exvotos, el cráneo de azúcar y otros muchos objetos pintorescos provenientes de la colección privada del escritor.

Frida Kahlo seguía sin sentirse cómoda con aquellos bohemios de lujo. «No puedes imaginarte lo joputas que son esta gente; me hacen vomitar. Son tan condenadamente intelectuales y degenerados que ya no los aguanto más. De veras que es demasiado para mi carácter. Prefiero estar sentada en el suelo del mercado de Toluca vendiendo tortillas que tener tratos con esas putas artísticas de París. Se pasan horas sentados en los cafés calentando sus culos, hablando sin parar de cultura, arte, revolución, y más y más, figurándose que son los dioses del mundo, soñando las más fantásticas estupideces y envenenando el aire con teorías y más teorías que no llegan a realizarse nunca». Y proseguía sus quejas aludiendo a los miserables ingresos de Breton: «A la mañana siguiente no tienen nada que comer en sus casas porque ninguno de ellos trabaja y viven como parásitos del puñado de putas ricas que admiran su genio de artistas. Mierda y solo mierda es lo que son».

No le gustaba que la calificaran de surrealista, como a aquellos holgazanes, pero la etiqueta era útil para las ventas. En aquella ciudad había algo que no le gustaba: «Te apuesto mi vida a que odiaré este lugar y su gente mientras viva. Hay algo en ellos tan falso e irreal que me vuelve loca».

Después cayó enferma. «Me juego la cabeza a que adquirí las cochinas bacterias en la casa de Breton. No tienes idea de la mugre con la que vive esa gente. En la maldita vida he visto nada igual». Los surrealistas, absortos todos ellos en sus rituales, ni siquiera se habían dado cuenta de su malestar.

Una noche todos comenzaron a respirar fuerte y a decir: «¡Huele a gas!». Era una broma de Desnos, quien sin que nadie lo viera había abierto la llave de paso.



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