Historia de las utopías by Lewis Mumford

Historia de las utopías by Lewis Mumford

autor:Lewis Mumford [Mumford, Lewis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 1921-12-31T16:00:00+00:00


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EN SU mayor parte, El año 2000, una visión retrospectiva constituye un análisis de ese modelo perfeccionado de organización industrial, del modo en que funciona y de los efectos de la completa igualdad económica derivada de la eliminación del grueso de la actual maquinaria legal, ya que en dicho sistema los crímenes con motivación económica —desde el punto de vista de Bellamy— resultarían casi impensables. De vez en cuando, sin embargo, tenemos algún atisbo de la vida social de esta nueva era.

En primer lugar, aparece ante nuestros ojos la imagen de una vasta masa de jubilados, que, en su mayor parte, pasan el tiempo en una suerte de existencia propia de un club de campo. Pueden viajar, pues los demás países del mundo también están nacionalizados y un sencillo sistema contable permite la transferencia de crédito (para bienes y servicios personales) de un país a otro. También pueden seguir sus vocaciones particulares y sus aficiones durante los años de retiro. Pero resulta igualmente claro que su trabajo no hizo gran cosa por promover la madurez intelectual o emocional de los ciudadanos, pues con respecto a ellos el Estado se perfila como un «Gran Padre Blanco». Lo cual tal vez explicaría el gran interés por los deportes que caracteriza a la utopía de Bellamy. Aparentemente, los juegos se organizan en función de las rivalidades entre los gremios industriales, del mismo modo quizá en que, hoy en día, hay competiciones deportivas entre escuadras rivales de la marina; pues «si el pan es la primera necesidad de la vida, la segunda es el recreo, y el Estado provee los dos». La demanda de pan y circo —explica nuestro guía— se reconoce como perfectamente razonable en el año 2000. Tanto el trabajo como el juego son factores extrínsecos a las tendencias e intereses íntimos de los ciudadanos, y no ha de sorprendernos que, en esta feliz república, predomine cierta dimensión infantil.

Esta externalidad, esta impersonalidad parecen caracterizar toda la escena. Entramos con Julius West y con Edith, su nuevo amor, en una tienda moderna en la que hay expuestas muestras de todo. Se envía un pedido al almacén central y constatamos que, además de un indudable ahorro en espacio y tiempo, hay una ausencia casi completa de contactos personales y de relaciones. Ahora más que nunca, el trabajador se ha convertido en un engranaje de la máquina; ahora más que nunca, tiene que habérselas con un mundo burocrático estrecho, estéril y abstracto; ahora más que nunca, su deseo de contacto social se ve condenado; y así, ahora más que nunca, en esta nueva era han de existir estimulantes y relaciones al lado de las cuales las montañas rusas de Coney Island y las promiscuidades de un moderno salón de baile no serían más que cosas insípidas. Bellamy no nos muestra en qué consistirían tales instituciones compensatorias, pero sí había inventado un motor superpotente de represión, y no logra engañamos cuando oculta su válvula de seguridad. A menos que esta exista, su ejército universal, tras veinticuatro años de rigurosa disciplina, está condenado a explotar.



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