Elevación by Stephen King

Elevación by Stephen King

autor:Stephen King [King, Stephen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-12-31T16:00:00+00:00


4

La Carrera del Pavo

A las nueve y diez, con solo unos minutos de retraso, el alcalde Dusty Coughlin se plantó frente a los más de ochocientos corredores que ocupaban una extensión de casi cuatrocientos metros. Empuñaba una pistola de fogueo en una mano y un megáfono a pilas en la otra. Los participantes con los números más bajos, entre ellos Deirdre McComb, estaban delante. Más atrás, en el grupo de los 300, Scott estaba rodeado de hombres y mujeres que sacudían los brazos, respiraban hondo y masticaban los últimos bocados de sus barritas energéticas. A muchos de ellos los conocía. La mujer a su izquierda, que se ajustaba una cinta de pelo, regentaba la tienda de muebles local.

—Buena suerte, Milly —le deseó.

Ella le sonrió y levantó el pulgar.

—Lo mismo digo.

Coughlin alzó el megáfono.

—¡BIENVENIDOS A LA CUARENTA Y CINCO EDICIÓN DE LA CARRERA DEL PAVO! ¿ESTÁIS TODOS PREPARADOS?

Los corredores profirieron un grito de asentimiento. Uno de los miembros de la banda del instituto ejecutó un floreo de trompeta.

—¡PUES AHORA SÍ! ¡EN SUS MARCAS…, PREPARADOS…, LISTOS!

El alcalde, con su gran sonrisa de político puesta, apuntó con la pistola al cielo y apretó el gatillo. La detonación pareció reverberar en las nubes bajas.

—¡YA!

Los corredores de las primeras filas emprendieron la marcha sin complicaciones. Deirdre se distinguía con facilidad por el rojo brillante de su camiseta. El resto de los participantes se apretujaban unos contra otros y su salida no resultó tan fluida. Dos o tres se cayeron al suelo y necesitaron ayuda para levantarse. A Milly Jacobs la lanzaron de un empujón contra una pareja de jóvenes que llevaban culotes de ciclista y gorras con la visera hacia atrás. Scott la sujetó por el brazo para evitar que perdiera el equilibrio.

—Gracias —dijo ella—. Esta es mi cuarta vez y siempre sucede lo mismo en la salida. Como cuando abren las puertas en un concierto de rock.

Los tipos de los culotes de ciclista vislumbraron un hueco, se colaron como una bala entre Mike Badalamente y un trío de mujeres que charlaban y reían a paso lento, y desaparecieron, corriendo en tándem. Scott se puso a la altura de Mike y lo saludó con la mano. Mike se rozó la frente al estilo militar, luego se tocó el lado izquierdo del pecho y se santiguó.

«Todos creen que me va a dar un ataque al corazón», pensó Scott. «Cabría suponer que la traviesa providencia que decidió que sería interesante hacerme perder peso me hubiera musculado un poco, pero no».

Milly Jacobs —a quien Nora le compró en cierta ocasión un comedor completo— le dedicó una sonrisa de soslayo.

—Esto es divertido la primera media hora o así. Luego viene el purgatorio y al llegar a la señal de los ocho kilómetros es ya el infierno. Si consigues superar esa parte, encuentras un poco de viento de cola. A veces.

—A veces, ¿eh? —repitió Scott.

—Exacto. Este año tengo esperanzas. Me gustaría terminar la carrera, solo lo he logrado una vez. Me he alegrado de verte, Scott. —Y con esas palabras avivó el paso y lo dejó atrás.



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