El sitio de Baler by Saturnino Martín Cerezo

El sitio de Baler by Saturnino Martín Cerezo

autor:Saturnino Martín Cerezo [Martín Cerezo, Saturnino]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1904-01-01T00:00:00+00:00


V

SIGUE ABRIL

Esperanzas de auxilio.— Barco en la rada.— Combate y decepción.— Parlamentos continuos.— Esperemos.— Tentativa de incendio.— Hazaña de Vigil.— Sin café ni habichuelas.— El hambre.

UN fenómeno de imaginación, hijo de la similitud de circunstancias, me hacía meditar a diario en el júbilo inmenso que debe de causar a las tripulaciones que naufragan, luego de apurados los víveres y todo recurso para la carena de su barco, el aparecer repentino de una isla hospitalaria. Como perdida en la soledad del Océano era de considerar nuestra iglesia; como expedición olvidada nosotros. Sin recursos de vida ni medios para romper aquella línea de airados enemigos, que un día y otro nos combatía sin descanso, bien podíamos compararnos al buque desarbolado y solitario, juguete de las aguas, rodeado por las fieras marinas, que se hunde lentamente, burlando con su ruina la fe y abnegación de sus valerosos marineros.

Para completar la ilusión, ni aun faltaba ese chapoteo de las ondas que tanto molesta en las navegaciones muy largas. Nos lo aportaba la cercanía de la costa, y en el silencio de la noche tampoco solía faltarnos ese bramido incomparable de la mar agitada; ese pavoroso lamento, con dejos de amenaza, que parece surgir del abismo para elevarse hasta lo infinito del espacio.

Durante las nocturnas veladas, cuando en la soledad y el reposo meditaba yo, considerándolo frente a frente, sobre lo desconsolador de nuestro estado; cuando, pensando en los sufrimientos padecidos, medía el tiempo que se sostenía la defensa y reflexionaba lo que mientras tanto había podido hacerse de todos modos más allá de nosotros; desde Manila, desde el cuartel general de nuestro Ejército, desde la misma España; cuando a todos mis cálculos no respondía, en fin, otra deducción que la de un abandono manifiesto y una ruina segura, confieso que la voz de aquel mar, lúgubre y poderosa, me afligía de una manera indefinible, pareciéndome cual si contestase a mis pensamientos con el anuncio de misteriosas desventuras. En tales términos, hubo de obsesionarme todo esto que, lo declaro, aquélla voz, triste unas veces, airada en otras, pero siempre dominante y solemne, llegó a ser para mí lo más temible de las noches.

El día 11 de Abril, entre dos y tres de la tarde, creímos oír diez cañonazos hacia la parte de San José de Casignán. Resonaban lejanos y parecían de alto calibre, así es que mi gente se volvió como loca al escucharlos, porque sólo podían atribuirse a la llegada de una fuerte columna de socorro; pero cuando este regocijo subió de pronto, rayando en el frenesí y enajenándonos a todos, fue cuando por la noche vimos que un proyector eléctrico dirigía sus luces desde la bahía sobre la iglesia, como buscándonos para recogernos y ampararnos.

Aquello era la salvación tanto tiempo buscada en las soledades marinas, y el goce que sentimos sólo puede ser comparado al que deben de experimentar los infelices que se hunden por momentos, viendo súbitamente rasgarse la neblina y aparecer junto a la proa de su barco la playa fácil, cubierta de árboles y sonriente de promesas.



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