El indiferente & Antes de la noche by Marcel Proust

El indiferente & Antes de la noche by Marcel Proust

autor:Marcel Proust [Proust, Marcel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1896-01-01T00:00:00+00:00


ANTES DE LA NOCHE

«Aunque todavía esté lo bastante fuerte, tú sabes (me dijo ella como el que atenúa por el acento, con una dulzura muy íntima, las cosas demasiado duras que hay que decir a quien se ama), tú sabes que puedo morir de un día a otro, bien que aun pueda seguir en vida varios meses. Por eso es hora ya que te revele una cosa que pesa sobre mi conciencia; luego comprenderás cuán penoso me ha resultado decírtelo». Perdieron su color las pupilas, simbólicas flores azules, como si se marchitaran. Creí que iba a llorar, pero no lo hizo. «Siento mucho destruir voluntariamente la esperanza de ser estimada a mi muerte por el ser que más quiero, empañar y destrozar el recuerdo que hubiera guardado de mí y al que, por verla más pura y más armoniosa, acomodo a menudo mi propia vida. Pero el deseo de una avenencia estética (ella sonrió al pronunciar este epíteto con el pequeño énfasis irónico que sobreañadía a las palabras de este género tan poco frecuentes en su conversación) no puede reprimir la imperiosa exigencia de verdad que me obliga a hablar. Escucha, Leslie, es preciso que te lo diga. Pero antes, dame el abrigo. Hace algo de frío en esta terraza y el médico me ha prohibido que me levante inútilmente». Le di su abrigo. Se había puesto el sol y el mar que se divisaba por entre los manzanos era malva. Flotaban en el horizonte nubecillas azules y rosadas, ligeras como claras coronas sin frescura y persistentes como añoranzas. Una melancólica fila de álamos se sumergía en la sombra, la resignada cabeza en un rosa de iglesia; los últimos rayos, sin tocar los troncos, teñían las ramas, colgando guirnaldas de luz de las balaustradas de sombra. La brisa mezclaba los tres olores del mar, de las hojas húmedas y de la leche. La campiña normanda nunca había suavizado con más voluptuosidad la melancolía del atardecer, pero yo la saboreaba mal, tan agitada estaba por las misteriosas palabras de mi amiga.

—Te he querido mucho, pero te he dado poco, pobre amiga mía.

—Perdóname, Françoise, si a despecho de las reglas de este género literario, interrumpo una confesión que hubiera debido escuchar en silencio —exclamé yo intentando bromear para calmarla, pero en realidad mortalmente triste—. ¿Cómo que me has dado poco? Me has dado mucho más de lo que yo te pedía y ciertamente mucho más que si los sentidos hubieran tenido parte en nuestro cariño. Sobrenatural como una madona, dulce como una nodriza, yo te he adorado y tú me has mecido. Te he querido con un amor cuya sagacidad sensible no venía turbado por ninguna esperanza de placer carnal. A cambio tú me dabas una amistad incomparable, un té exquisito, una conversación llana y noble y cuántos manojos de lozanas rosas. Sólo tú has sabido con maternales y expresivas manos refrescar mi frente abrasada de fiebre, poner miel en mis labios secos, perdurables imágenes en mi vida. Querida amiga, no quiero conocer esta confesión absurda.



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