El centurión que nadie amaba by John Maddox Roberts

El centurión que nadie amaba by John Maddox Roberts

autor:John Maddox Roberts [Roberts, John Maddox]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1995-03-31T16:00:00+00:00


8

MI PRIMERA PARADA A LA MAÑANA siguiente fue la herrería. El herrero, al igual que muchos de los artesanos de la legión, era un soldado que se ganaba un pago extra y la exención de la fatiga practicando un oficio necesario. Afortunadamente, la reparación de la cerradura del baúl de Vinio y la elaboración de la llave para este no estuvo más allá de su nivel de destreza. Permanecí de pie mientras él hacía el trabajo y le pagué un par de sestercios por el esfuerzo. No era estrictamente necesario pagarle, pero siempre es un error menospreciar a tales personas. Puede que necesitara algún día herrar mi caballo y se haría mucho más rápido si el hombre me recordaba afectuosamente.

Dejé el baúl en el interior de la gran tienda del pretorio, donde estaría lo más seguro posible dadas las circunstancias. Luego fui a hablar con los hombres que prioritariamente estaban más preocupados por el éxito de mi misión. Los encontré bajo una fuerte vigilancia en un pozo excavado cerca de la tienda donde se guardaban los estandartes. Tenía veinte pies de lado y doce de profundidad. Un contubernium permanecía alrededor de su periferia mirando hacia el interior, cada hombre con un manojo de jabalinas acompañado de su pilum. Uno de los guardias tenía una franja blanca pintada alrededor del borde inferior de su casco, que lo identificaba como un decurión.

—Yo soy el oficial investigador —dije, dirigiéndome al hombre con la franja blanca—. Necesito hablar con los prisioneros.

—Nos dijeron que tendríais acceso —dijo el decurión. Se volvió hacia el hombre que tenía a su lado—. Silva, baja la escalera para el capitán.

—Mientras converso con ellos, apreciaría mucho si tú y vuestros hombres retrocedierais un poco de los bordes. Necesito hablar en privado.

Negó con la cabeza.

—No es posible, señor. Si uno de ellos intenta cometer suicidio, uno de nosotros ocupa su lugar. Si os hacen daño, todos entramos allí. Mantened la voz baja y prometemos no escuchar a hurtadillas.

Bajé la escalera y Burro se levantó para saludarme. Los demás permanecieron sentados y desconsolados en el suelo fangoso, sus grillos atados a una sola cadena como una cuadrilla de trabajo de esclavos. Los hombres en su aprieto podrían ser perdonados por su carencia de entusiasmo.

—¡Patronus! —dijo Burro—. ¿Qué está pasando? Los guardias tienen prohibido hablar con nosotros.

—Primero que nada, he sido asignado para investigar el asesinato de Vinio.

Se volvió hacia los otros.

—¿Lo veis? Os dije que mi patronus nos sacaría de esto. Él es famoso por buscar hasta dar con traidores y asesinos. ¡Estamos en buenas manos!

Me conmovió su fe en mí, aunque temía que fuera exagerada. Miré al resto del contubernium y ellos parecían compartir mi escepticismo. Cuadrado me brindó una sonrisa amarga y asintió. El resto me miró con cautela. Eran típicos soldados, la mayoría de ellos más viejos que Burro, un par de ellos veteranos con una barba incipiente canosa. Era el tipo de equilibrio considerado ideal en las legiones, con los veteranos proporcionando estabilidad y los reclutas la audacia juvenil necesaria para las operaciones agresivas.



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