El bando perdedor by Fran Zabaleta

El bando perdedor by Fran Zabaleta

autor:Fran Zabaleta
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico, Novela
publicado: 2016-06-20T22:00:00+00:00


—¡Así se lo lleven mil demonios bastardos! —Madruga renegaba a voz en grito, el ceño de lobo rabioso mientras examinaba el lugar desde lo alto del talud. Una nube de hijodalgos le rodeaba, excitada como una abejera en el que se hubiera introducido una araña.

El alarido del joven al caer había atraído a la multitud ociosa del campamento, despertando asombros y urgencias. Un hombre de armas descendía por el desgalgadero y se aproximaba al cadáver sin dejar de observar de reojo el adarve de la torre, desde el que un grupo de peones le observaba en completa inmovilidad.

—¡Por todos…! —La imprecación atravesó el aire, despertando carcajadas en lo alto del talud. El hombre de armas, más preocupado por las flechas que le podían venir de la muralla que por ver dónde ponía los pies, acababa de pisar mierda.

Los peones de la torre ni siquiera sonrieron. Sus rostros crispados no se apartaban del cuerpo que yacía quebrado bajo ellos. El hombre de Madruga se acercó al cadáver, lo volteó sin dejar de vigilar la fortaleza y examinó su rostro.

El conde de Camiña aguardó impaciente hasta que el soldado alcanzó la cima:

—¿Y bien?

—Es uno de sus hijos, mi señor.

—¿Cómo es posible, si no se estaban con él? ¿Entraron volando como urracas?

El peón dudó, desvió la mirada:

—No uno de esos… —luchaba con las palabras, nervioso como un chiquillo a punto de confesar una travesura—. Es su… es un hijo natural, si me disculpáis, mi señor.

Madruga mantuvo la mirada del hombre sin inmutarse, aunque su rostro se encendió de furia. Pedro de Soutomaior era bastardo, concebido en una madre ilegítima.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó al aire. Algunos rostros se volvieron hacia Lopo, al que habían visto ascender por el desgalgadero tras el alarido del muchacho.

Madruga siguió la dirección de las cabezas de sus hombres:

—El gorrión —dijo, sin una entonación particular—. Otra vez tú.

—Lopo, señor.

Madruga se mantuvo impasible:

—¿Qué ha pasado aquí?

Lopo dudó, echó un vistazo en derredor. Un montón de rostros le observaban expectantes.

—Este no es el mejor lugar —se resistía a abrir la boca delante de todo el mundo. Si lo sucedido se difundía, la moral de los atacantes se vería afectada. Pero el conde debió de interpretar alguna otra cosa, porque su rabia estalló:

—¿Quién demonios eres tú para decidir cuál es el lugar o el momento?

¡Te he hecho una pregunta, responde!

La noticia haría menguar los ánimos de los asaltantes, pero se encogió mentalmente de hombros, consciente de que no podía negarse a obedecer una orden delante de tantos hombres de armas.

—Fue el tenente. Le empujó porque el muchacho quería abandonar el castillo.

La noticia explotó como una bombarda mal cebada. Madruga soltó un denuesto y volvió la vista hacia el adarve, desde el que varios hombres de armas continuaban contemplando el cadáver.

—¡Su propio padre, así arda en el infierno! —Después meneó la cabeza y habló alto y claro, para que todos pudieran oírle—. Pues jugaremos a su juego, entonces. ¡Como me llamo Pedro que dentro de dos días humillarás tu testa, Probén! ¿Tan poco



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