El archivo de Odessa by Frederick Forsyth

El archivo de Odessa by Frederick Forsyth

autor:Frederick Forsyth [Forsyth, Frederick]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2009-11-27T02:52:00+00:00


Capítulo IX

A la mañana siguiente, Peter Miller volvió a la oficina de Simón Wiesenthal.

—Prometió usted hablarme de ODESSA —le dijo—. Ayer olvidé contarle cierto incidente; lo he recordado esta noche.

Le refirió la visita que el doctor Schmidt le hiciera al «Hotel Dreesen» para instarle a que abandonara la investigación sobre Roschmann.

Wiesenthal asintió, frunciendo los labios.

—Ya se ha tropezado usted con ellos —dijo—. No es propio de esa gente abordar de tal modo a un periodista, y mucho menos, apenas iniciada la investigación. Me pregunto qué puede Roschmann traerse entre manos que sea tan importante.

Durante dos horas, el cazador de nazis estuvo hablando de ODESSA; le dijo que en sus comienzos era una organización que se dedicaba a llevar a lugar seguro a los criminales de la SS reclamados por las autoridades, y que, posteriormente, se había convertido en una francmasonería de gran alcance para todos aquellos que un día llevaron el cuello negro y plateado, sus cómplices y sus encubridores.

Cuando, en 1945, entraron en Alemania los aliados y descubrieron los espantosos campos de concentración, se dirigieron, como era de esperar, a la población alemana para preguntar quién habla cometido aquellas atrocidades. La respuesta fue: «La SS»; pero los hombres de la SS habían desaparecido.

¿Adónde habían ido? Unos estaban emboscados en Alemania y Austria, y otros habían huido al extranjero. Sin embargo, en ningún caso fue su desaparición resultado de una marcha improvisada. Y los aliados tardaron mucho tiempo en comprender que cada uno de aquellos hombres había preparado su fuga de antemano y con toda minuciosidad.

El peculiar patriotismo de los hombres de la SS queda reflejado en el afán demostrado por todos ellos —empezando por el propio Heinrich Himmler —en salvar la propia piel a costa de infligir los más duros sufrimientos al pueblo alemán. Heinrich Himmler, en noviembre de 1944, trató ya de agenciarse un salvoconducto mediante la gestión del conde Bernadotte, de la Cruz Roja sueca. Los aliados se negaron a dejarlo escapar. Los nazis y los SS arengaban a grito pelado al pueblo alemán para que siguiera luchando mientras llegaban las armas maravillosas que estaban prácticamente a la vuelta de la esquina; y entretanto, preparaban su marcha hacia un cómodo exilio. Ellos sabían que no había tales armas milagrosas y que la destrucción del Reich —y si dejaban hacer a Hitler, la de toda Alemania —era inevitable.

En el frente del Este se obligó al Ejército a luchar contra los rusos en condiciones inhumanas y a sufrir bajas increíbles no para ganar la victoria, sino tiempo, mientras los SS

ultimaban sus planes de huida. Detrás del Ejército estaba la SS, que fusilaba y ahorcaba a todo soldado que diera un paso atrás, después de sufrir un castigo más terrible del que puede soportar un cuerpo humano. Miles de oficiales y soldados de la Wehrmacht murieron colgados de las sogas de la SS.

Los mandos de la SS desaparecieron en el último minuto antes del derrumbamiento final, demorado hasta seis meses después de que los jefes de la SS supieran que la derrota era inevitable.



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