El barracón de las mujeres by Fermina Cañaveras

El barracón de las mujeres by Fermina Cañaveras

autor:Fermina Cañaveras [Cañaveras, Fermina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2024-01-10T00:00:00+00:00


SEGUNDA PARTE

EL INFIERNO

XII

Ravensbrück: bienvenidas al puente de los cuervos

Tardamos cuatro largos e interminables días en llegar a nuestro destino, viajando sin parar metidas en aquellos vagones. Pasamos por muchas estaciones, nos cruzamos con otros trenes de prisioneros con los que tratábamos de comunicarnos. Hacíamos turnos para estar unos instantes en el tragaluz, necesitábamos respirar por unos segundos un aire menos viciado. El vagón apestaba, dadas las necesidades naturales de unas ochenta, noventa o casi cien mujeres atropellándose alrededor de dos cubos que no se vaciaron hasta llegar a nuestro destino. Cuatro días sin higiene, sin apenas ventilación ni agua, mucho menos comida, sin saber lo que sería de nosotras. Algunas reñían porque querían fumar, las más mayores se oponían. Eran conscientes del peligro real de tirar una colilla y que prendiera la paja del vagón sin ninguna posibilidad de salir de nuestra prisión rodante. Recuerdo que Yvonne Pagniez pasó todo el viaje despiojando a la que se prestaba. Estaba convencida de que, si llegábamos sin piojos, tendríamos más oportunidades de sobrevivir. En los bolsillos del abrigo guardaba dos peines con unas púas muy finitas. Cuando terminaba con una compañera, los limpiaba cuidadosamente con una esquirla de cristal. Yo ignoraba de dónde la había sacado; tampoco me importaba demasiado.

Gracias a Vicenta, la enfermera de Teruel que nos había ayudado a subir al tren a Teresa, mi tía consiguió no perder el pie. Utilizó la paja y el orín de Teresa para hacer un emplasto y colocarlo en los dedos a los que les faltaban las uñas; asqueroso, pero efectivo.

—Medicina de guerra, queridas —nos dijo.

Estuvo pendiente en todo momento de nosotras. Yo estaba dolorida y no había conseguido dejar de sangrar desde la noche de mi violación. Las pérdidas no eran intensas, Vicenta opinó que no eran preocupantes, pero que debía recuperar fuerzas cuanto antes, algo que no parecía fácil.

Por fin llegamos a Ravensbrück, «el puente de los cuervos». Se llama así porque parece ser que todos los cuervos de la región iban a morir a los bosques de abetos que están cerca del campo. Abetos extraños, de ramas retorcidas y troncos leprosos. Ravensbrück estaba cerca del pueblo de Fürstenberg, en la región de Mecklemburgo, un lugar pantanoso a noventa kilómetros de Berlín. Nos llevaron al mayor campo de mujeres en territorio alemán, el campo de mujeres que Alemania quería eliminar. Al gran desconocido, al olvido.

Nunca la mujer estuvo tan presente como en este campo: mujer vientre, mujer cosa, mujer objeto, mujer vencida, mujer amor, mujer madre, mujer esperanza, mujer sueño, mujer demonio, mujer agotada, cadáver, esqueleto; mujer ceniza ligera, volatilizada por las chimeneas; mujer cobaya, mujer moneda de cambio, mujer indiferente, vengadora…

Cuervos y más cuervos con trajes grises aguardaban la llegada de todos estos tipos de mujer, nuevas prisioneras para devorarlas. Llegamos en la madrugada del último día del año 1941; realmente, ya era 1 de enero de 1942: el viejo reloj del apeadero marcaba las cinco y media y el termómetro, veinte grados bajo cero. El mundo para nosotras se ponía un poco más patas arriba.



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