Doble filo by Carlos Rubio

Doble filo by Carlos Rubio

autor:Carlos Rubio
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 2019-02-24T06:00:00+00:00


¿Magali? ¿Quién era Magali? Entonces recordé vagamente a la joven esbelta que había conocido casi un año atrás, a raíz de mi graduación de la Escuela de Derecho. Debo confesar que aquella invitación me tomó de sorpresa, pues no éramos amigos. Es más, solamente nos habíamos conocido brevemente durante aquella tarde ahora tan lejana.

Ese día, durante la cena, mencioné la invitación que había recibido, y mi desconcierto por la misma. Mi madre sonrió levemente, al mismo tiempo que dejaba descansar los cubiertos sobre el plato. “Tan inteligente y tan ingenuo a la vez”, dijo. “Esas ocasiones no son sino pretextos socialmente aceptables para que las jóvenes casaderas puedan ir conociendo a los prospectos disponibles. Llega una edad en que toda mujer quiere tener un esposo e hijos”.

“Pero yo ni siquiera he pensado en casarme”, dije.

“Muy bien”, contestó ella. “Ve a la fiesta, pasa un buen rato y entonces regresa a casa. No quiere decir que te comprometas a nada. Eso sí, no llegues allá con las manos vacías”. Entonces regresó a su interrumpida cena.

A mediados de esa semana, visité una de las tiendas más exclusivas de la ciudad para comprar un regalo. Aunque no tenía la menor idea de lo que buscaba, ya para ese entonces mi situación económica era bastante estable, y no tenía preocupaciones monetarias; atrás habían quedado los días escuetos de estudiante, cuando tenía que medir cada centavo que gastaba.

Confieso que me sentí abrumado ante la infinita variedad de mercancías que se ofrecían a la venta. Deambulé por las interminables sendas de la sección de mujeres: vestidos floreados, blusas bordadas, pañoletas de colores llamativos, zapatos con diseños repujados y otros artículos que no logré identificar. De pronto caí en cuenta que desconocía la talla de Magali.

En una vitrina lateral, cerca de la entrada, se exhibían unos pañuelos de encaje. De inmediato pregunté y me informaron que eran importados de España. Sin vacilar, o indagar sobre el precio, escogí uno muy blanco, cuya delicadeza evocaba un velo destinado a una ceremonia eclesiástica. En la misma tienda me lo pusieron en una caja de cartón que después envolvieron con un papel de regalos cuyos diseños remedaban discretas filigranas.

Al salir de la tienda respiré con alivio.

Ese domingo, después de un almuerzo pesado y de una siesta ligera, me bañé y me preparé para la fiesta. Aunque nunca había visitado la casa de Magali, sí conocía el barrio donde ella vivía. Su padre era arquitecto y la casa que ocupaban era uno de sus propios diseños. Para ese entonces yo había adquirido un automóvil –un gasto innecesario, según la opinión de mi madre– que aunque de segunda mano, estaba en perfectas condiciones. Su primer propietario, un solterón cliente del bufete, era un hombre extremadamente meticuloso en todos los aspectos de su vida, y eso se reflejaba también en el auto. Era un Hudson en dos tonos de verde, brillantes parachoques niquelados y neumáticos realzados por una gruesa banda blanca. Por supuesto, yo le prometí a su antiguo dueño que lo mantendría



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