Cuchillo by Salman Rushdie
autor:Salman Rushdie [Rushdie, Salman]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2024-04-16T00:00:00+00:00
* * *
Rumores no confirmados aseguraban que yo habÃa sido trasladado a Manhattan por medios desconocidos y que estaba ingresado en Rusk. Los primeros dÃas hubo presencia de los medios frente al hospital. Después de la tercera visita de Milan, cuando este acababa de salir a la calle, un coche se puso a su altura y un hombre gritó desde dentro: «¡Milan!». Mi hijo siguió caminando, el coche paralelo a él, y otra vez el hombre gritó «¡Milan!». Milan tuvo la suficiente presencia de ánimo como para torcer a la derecha en sentido contrario al tráfico, impidiendo asà que el coche le siguiera. El hombre no volvió a aparecer por allÃ, pero Milan estaba preocupado. No obstante, supo mantener la calma. Estaba en Nueva York para echar una mano en cuidar a su padre, y eso era lo único que importaba.
El dÃa del atentado, delante de casa, se personaron fotógrafos de una agresividad inusitada; a Eliza llegaron a sujetarla y empujarla de mala manera cuando intentaba llegar al garaje, ansiosa pensando que su marido podÃa estar agonizando. Tras esa experiencia, fue incapaz de ignorar sin más a los paparazzi, como yo le sugerÃa. Ella lo veÃa como un acoso por parte de gente desconocida. ¿Y si alguno llevaba en la mano algo más que una cámara?
Eliza dormÃa en casa, pero por la noche no habÃa paparazzi acechando. Si se marchaba a primera hora de la mañana podÃa evitarlos, pero tenÃa cosas que hacer, estaba en las últimas fases de editar Promise. Dado lo que nos habÃa ocurrido, no era tarea fácil, por decirlo suavemente. Sin embargo, Eliza es una mujer de una voluntad férrea y lo consiguió. Cuando tenÃa que sacar a pasear a su perro, un viejo border terrier al que llamaba Hero, a veces veÃa algún fotógrafo al acecho. A veces se quedaban dentro del coche (ella ya sabÃa qué coches eran), y de cuando en cuando una ventanilla bajaba para que asomara el hocico de un teleobjetivo largo apuntando hacia ella. Otras veces se apeaban para disparar. El intrusivo ritual se repetÃa cuando Eliza salÃa por la tarde para ir a Rusk. Ninguna de todas esas fotografÃas llegó a publicarse. No era a ella a quien querÃan hacerle una foto, pero eso no les impidió acosarla durante semanas. Hay aspectos de la libertad de prensa difÃciles de defender.
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