Cosmofobia by Lucía Etxebarria

Cosmofobia by Lucía Etxebarria

autor:Lucía Etxebarria [Etxebarria, Lucía]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2007-03-07T00:00:00+00:00


LA SIHR

Si alguna mujer le hubiese visto avanzar aquella tarde por la calle Tribulete, ensimismado, a solas con su sombra y su quimera —⁠Isaac es un ferviente lector de Machado, como Antón, y a Claudia le hizo mucha gracia descubrir la coincidencia⁠—, no habría pensado nunca algo parecido a «mira qué hombre tan guapo», ni siquiera «qué tipo más atractivo», ni tampoco un triste «por ahí va un feo con gancho». Peor aún, es más que probable que esa hipotética mujer ni siquiera se hubiese fijado en él, que no le hubiera dedicado ni un mísero pensamiento. Porque Isaac es un tipo del montón, escuchimizado, lacio y poca cosa, con una cara que dista mucho de ser atractiva o siquiera interesante por más que su fealdad sea expresiva. Si algo le salva de ser un feo de los de broma son los ojos sagaces y gatunos que se adivinan tras las gafas, prometedores faros que iluminan un rostro demacrado en el que, a gran distancia de la nariz aguileña y desairada, la boca de labios finísimos está apretada casi siempre en un gesto de preocupación, de manera que las comisuras casi ni se advierten, y es esa especie de hendidura que se aprecia en lo que debería ser la boca y que, para colmo, cuando sonríe, prácticamente le roza las orejas, la que le confiere a Isaac un aspecto de reptil que sin duda contribuyen a agudizar el mentón agudo, los pómulos prominentes, la frente amplia y severa y el color ligeramente verdoso de la piel. Si bien es cierto que cuando a Isaac se le conoce un poco más, la voz dulce, casi femenina, y los modales finísimos suavizan un poco la primera impresión.

Isaac, definitivamente, no es un tipo que guste a las mujeres (ni, ya puestos, tampoco a los hombres). Más de una vez él mismo se ha preguntado si no eligió su profesión precisamente para conseguir que las mujeres le hicieran caso, le admirasen o incluso, por qué no, le obedeciesen. Leyó algo al respecto en un libro de Alice Miller en el que se explicaba cómo la mayoría de los terapeutas eligen su profesión por dos razones: o bien porque han sido niños sobreparentalizados y su función desde pequeños ha sido la de intentar solucionar los problemas de sus madres, o bien porque en el fondo de su subconsciente ansían que se les preste atención y se les escuche. De hecho, Isaac conocía de cerca, lamentablemente, a algún que otro psicólogo que estaba mucho más desequilibrado que cualquiera de los clientes que pudieran llegar a su consulta y, a lo largo de más de una década de ejercicio de la profesión, se había topado con megalómanos de muchos tipos, gente que creaba una especie de secta en la que los pacientes eran los acólitos y el terapeuta el gurú.

Aquella tarde soleada, precisamente, Isaac se preguntaba si la obsesión que tenía por publicar su artículo en la revista Salud Global no respondería más a un afán de



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