Bleak House Inn by AA. VV

Bleak House Inn by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Terror, Fantástico, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2012-06-06T00:00:00+00:00


habitación 202

Ismael Martínez Biurrun

A esta hora, todas las noches de tu vida

Tres cosas roban para siempre el sueño a un hombre: el miedo a la muerte, la culpa por un error irreparable y los celos.

R. S. JAGRATI

YA NI SIQUIERA TE MOLESTAS EN ABRIR LOS OJOS. PUEDES DESCONTAR los minutos, siete, seis, cinco, incluso los segundos que faltan para que empiece a sonar el reloj del recibidor. Treinta y ocho, treinta y siete, treinta y seis segundos.

Sabes que al llegar a cero oirás las cuatro campanadas.

Lo sabes, en la más prieta oscuridad, porque todas las noches sucede a la misma hora. El diagrama de tus sueños confluye en un punto de tensión insoportable y despiertas con la boca extendida en un grito mudo. Te sientes morir, hasta la última célula de tu cuerpo parece consumirse, pero ya son demasiadas noches y hace tiempo que pusiste nombre al mal que te ahoga. No es el rostro de la muerte el que te persigue por los corredores de tu insomnio, sino el de un hombre tan insignificante como tú, nada más que un hombrecillo de Vauxhall llamado Robert Grady.

El amante de tu mujer.

Te sientas en el borde de la cama y respiras concienzudamente. Notas humedad en la planta de tus pies, te dices: estoy empapado en sudor. Aunque tu frente no suda, la sientes fría y seca como una calavera. La misma sensación de todas las noches. Una aflicción de matices siempre idénticos que convierte a todas en una única noche continua, sin días, sin resto de ti.

Miras la cama vacía. Geena y Robert se marcharon juntos. ¿Cuánto tiempo ha pasado? No tanto. Un mes, a lo sumo. Desde entonces te despiertas a las cuatro de la madrugada y piensas que todo es culpa tuya. Porque no hiciste nada.

«Está bien, lo entiendo» fue la nada que atinaste a pronunciar cuando Geena te lo contó, aunque de esa manera en que ella sabía hacerlo, diciéndolo todo con la mitad, dejando las frases cortadas y temblando por dentro. Ansiaba un estallido, pero no te diste cuenta, y ahí perdiste tu oportunidad, ahí la decepcionaste por última vez.

Este es el ritual de todas las noches. Te levantas de la cama, te pones unos pantalones de correr, una camiseta y tus Adidas negras. Hay gente que hace ejercicio por las noches. A cualquier hora los puedes encontrar por Hyde Park. Gente que tiene turnos de trabajo imposibles. Buena gente de la que nadie sospecha. Tampoco de ti, Timothy, aunque tú no corres por el parque, tú atraviesas resoplando las calles de la ciudad, tus pisadas son el único compás obsesivo sobre las aceras de madrugada.

Hay una cualidad picante y densa en el aire a estas horas. Respiras con la sensación de tomar el aliento que arroja la ciudad dormida, pero no te asquea, te vivifica. Y ahí estás de nuevo, agarrado a la cancela de la iglesia, tu pulso igual de rápido aunque llevas minutos detenido. Contemplas el edificio de tres plantas en la esquina de enfrente, su fachada blanca descascarillada que has memorizado como tu propia cara ante el espejo, siempre en este ángulo preciso, bajo la luz bastarda de una farola y un neón.



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