1610 by Mary Gentle

1610 by Mary Gentle

autor:Mary Gentle [Gentle, Mary]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2003-01-01T05:00:00+00:00


26

El aroma a caballo cubierto de espuma envolvía el aire junto con el olor de la tienda del herrero, donde un alabardero gigante había instalado un yunque para reparar y herrar. El olor de los carbones ardientes flotaba sobre la hierba acompañado por el olor a casco de caballo también quemado allí donde se ponían las herraduras calientes.

Por fortuna nadie me echó de menos, o al menos no tanto como para atraer sospechas. Me senté sobre un cofre de roble no muy lejos del pabellón del príncipe. Tardarían todavía algún tiempo en terminarse las primeras ceremonias oficiales. Eran demasiados los dignatarios locales que querían que los presentasen a su príncipe, y tener que trasladarse desde Wells y las haciendas vecinas no iba a impedírselo.

El pueblo de tiendas que rodeaba Wookey creció de una forma considerable con la llegada de Enrique: grandes pabellones reales con sus colores y una auténtica corte de valientes hijos menores de la nobleza, todos pegados a la facción del príncipe.

Atrajo mi atención una barba blanca cuando el hombre pasó a mi lado.

Harriot.

Aquí tenemos al representante de Fludd, pensé mientras observaba cómo se alejaba aquel hombre de mediana edad curtido por las inclemencias del tiempo. Era evidente que el médico astrólogo tenía intención de mantener su promesa y no acercarse a aquellas tierras hasta que todo hubiera terminado y Jacobo estuviera muerto.

Me quedé allí sentado durante un buen rato, el frío de la tarde me aliviaba mientras ponía en orden los planes que podría utilizar para asegurar la llegada de Fludd.

Tiene derecho a matarlo ella, es de suponer. Pero… ojalá lo tuviera yo.

Cuando solicitaron mi presencia me descubrí y aguardé de pie. La tienda del príncipe Enrique albergaba unas cuantas piezas de una armadura negra con grabados de oro, entre taburetes enguatados, cojines, mobiliario para los halcones y rejillas para las armas. Pensé que la armadura estaba un tanto anticuada, al menos una generación. Sus espadas, las tres, colgadas de una de las columnas del pabellón, eran variaciones de los estilos inglés e italiano.

—¿Habéis leído a maese Silver? —preguntó el joven de cabellos del color del ámbar cuando salió de la parte separada con cortinajes del pabellón y me encontró examinando las armas—. Silver jura que un inglés con un simple espadón equivale a otros tres hombres cualquiera con esos ínfimos estoques italianos.

Yo habría apostado un buen dinero a que en el libro del tal maese Silver los «tres hombres» eran franceses, o españoles, según fueran sus simpatías políticas.

—Buena parte de lo que influye en el manejo de la espada es la suerte, mi príncipe —comenté. Incluso con dieciséis años pensé que captaría la indirecta (¡sobre todo cuando se trata de una espada vuelta contra vuestro real padre!), pero no hubo vacilación alguna en su expresión que me hiciera suponer que así había sido.

Ahora que lo veía de cerca, el príncipe Enrique Estuardo no se parecía demasiado a su padre. Era atractivo, de tez muy blanca y el cabello de color oscuro y veteado. Me pareció recio



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