12 reglas para vivir by Jordan B. Petersone

12 reglas para vivir by Jordan B. Petersone

autor:Jordan B. Petersone
La lengua: spa
Format: mobi
editor: Planeta
publicado: 2018-10-29T23:00:00+00:00


REGLA 8

DI LA VERDAD, O POR LO MENOS NO MIENTAS

LA VERDAD EN TIERRA DE NADIE

Cursé mis estudios de Psicología Clínica en la Universidad McGill, en Montreal. Solía cruzarme con mis compañeros de clase en las instalaciones del Hospital Douglas, donde vivimos nuestras primeras experiencias directas con personas que padecían enfermedades mentales. Se trata de una institución que ocupa un inmenso terreno y docenas de edificios, algunos de los cuales están conectados por medio de túneles subterráneos que protegen tanto al personal como a los pacientes de los interminables inviernos de Montreal. En otras épocas el hospital albergaba a centenares de pacientes que estaban internados a largo plazo. Esto era antes de la aparición de los fármacos antipsicóticos y de la generalización de los movimientos de desinstitucionalización a finales de la década de 1960, que vieron el cierre de casi todos los manicomios, condenando a menudo a los pacientes entonces «liberados» a una vida mucho más dura en las calles. Así pues, a principios de la década de 1980, cuando visité el lugar por primera vez, ya solo seguían allí los casos más graves. Eran personas extrañas y muy deterioradas que se apiñaban alrededor de las máquinas expendedoras desperdigadas por los túneles del hospital. Parecían sacados de una fotografía de Diane Arbus o de un cuadro del Bosco.

Un día, mis compañeros y yo estábamos en fila esperando instrucciones del estricto psicólogo alemán que dirigía las prácticas clínicas. Una paciente interna, frágil y vulnerable, se acercó a una estudiante, una joven conservadora de buena familia. La paciente se dirigió a ella de forma amigable, infantil, y le preguntó: «¿Por qué estáis todos aquí de pie? ¿Qué estáis haciendo? ¿Puedo quedarme con vosotros?». Mi compañera se giró hacia mí y me preguntó insegura: «¿Qué le digo?». La había pillado por sorpresa, y a mí también, que alguien en una situación de aislamiento y deterioro semejante pidiera algo por el estilo. Ninguno de los dos quería decirle nada que pudiera percibirse como un rechazo o una reprimenda.

Repentinamente nos habíamos adentrado en una especie de tierra de nadie, en la que la sociedad no proporcionaba ningún tipo de regla o directriz. Comenzábamos las prácticas y no estábamos en absoluto preparados para enfrentarnos en las dependencias de un psiquiátrico con una paciente esquizofrénica que nos hacía una pregunta ingenua y amistosa para tantear las posibilidades de verse incluida en un grupo. Tampoco se podía aplicar la dinámica conversacional natural entre personas que prestan atención a indicaciones contextuales. ¿Cuáles eran las reglas en una situación semejante, totalmente ajena a los límites de una interacción social habitual? ¿Cuáles eran exactamente las opciones?

En ese instante, solo se me ocurrieron dos. Podía contarle a la paciente una historia inventada con la intención de quedar bien o podía responderle con sinceridad. «Solo se admite a ocho personas en nuestro grupo», habría sido un ejemplo del primer caso, así como «Es que justamente ahora nos estábamos yendo». Ninguna de estas dos opciones habría herido ningún sentimiento, por lo menos a nivel superficial, ni mencionaba la diferencia de estatus que nos dividía.



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