10 citas a ciegas by Ashley Elston

10 citas a ciegas by Ashley Elston

autor:Ashley Elston
La lengua: spa
Format: epub
editor: Crossbooks
publicado: 2020-10-20T09:25:40+00:00


Viernes, 25 de diciembre

Día libre

—Olivia, ya hemos llegado.

La zarandeo con suavidad, pero ella me aparta la mano una y otra vez. Se ha dormido hará cosa de hora y media, unos treinta minutos después que Charlie y media hora antes que Wes. Abre los ojos con esfuerzo sin tener muy claro dónde estamos.

—Sophie, ¿por qué no me has despertado? —pregunta con voz adormilada.

Aparco el coche cerca de la entrada de urgencias.

—No has dormido tanto rato —respondo.

Charlie se despereza en el asiento trasero y bosteza haciendo tanto ruido que despierta a Wes. Reina la oscuridad en el exterior, pero el resplandor procedente del salpicadero proyecta una luz suave en el interior del coche.

—Perdona —murmura Olivia—. No quería que te quedases despierta tú sola.

Hago un gesto negativo con la cabeza.

—No te preocupes. Me alegro de que hayáis dormido un rato.

Olivia tuerce el cuerpo para mirar hacia atrás. Señala su ventanilla diciendo:

—Chicos, me parece que hay una Waffle House allí cerca. ¿Os apetece comer algo mientras esperamos a Sophie?

Ellos asienten, todavía desorientados. Me apeo del coche y Olivia se desliza tras el volante.

—Vuelvo dentro de una hora —digo a través de la puerta abierta.

Mi prima está ocupada ajustando el asiento.

—Llámanos si terminas antes —responde.

Wes baja su ventanilla.

—¿Prefieres ir sola?

—Sí. ¿Me traeréis algo para comer, por favor?

—Claro. ¿Qué quieres?

—Cualquier cosa. Me da igual. Y café.

Olivia me tiende la bolsa de regalos que hemos comprado por la mañana.

—No te los dejes.

—Gracias —digo, y echo a andar hacia la entrada.

Cuando recuerdo que no le he pedido a Wes leche con el café, busco el teléfono. Acaban de marcharse cuando pulso su nombre.

Oigo la sirena desde aquí, incluso con las ventanillas del coche cerradas. Olivia pisa el freno con tanta fuerza que los neumáticos chirrían contra el asfalto.

Ay, vaya. Ha debido de olvidar cambiar mi tono de llamada.

—Olvidé cambiar tu tono de llamada —me dice cuando responde.

No puedo parar de reír.

—Con leche..., por favor —consigo farfullar.

—No hay problema. ¿Algo más?

—Ya está.

Cuelgo. Al momento Charlie baja la ventanilla y asoma la cabeza.

—¡Ahora sí que estamos despiertos! ¡Gracias!

—¡Perdón! —grito desde la otra punta del aparcamiento mientras se alejan.

Pasan unos minutos de la medianoche y hay poca gente en la sala de espera. Debe de ser muy deprimente tener que pasar la Navidad en el hospital. La mujer que atiende el mostrador preferiría estar en cualquier otra parte, a juzgar por su expresión.

—¿Qué síntomas tiene? —pregunta con voz aburrida.

—Quería ver a mi hermana. Ha dado a luz hoy. ¿Cómo puedo llegar a la cuarta planta?

Me señala el ascensor al tiempo que me da una serie de instrucciones complicadas. Cuando se abren las puertas en el cuarto piso, veo dos señales. Una indica el camino hacia la habitación de Margot. La otra, hacia cuidados intensivos neonatales. No lo dudo ni un instante.

Dos giros más tarde, estoy delante de un gigantesco panel de cristal mirando una serie de cunas transparentes como la que ocupaba Anna en la foto.

Una enfermera se fija en mí. Se acerca a la ventana para preguntar:

—¿A quién estás buscando? —Su voz suena amortiguada a través del cristal.



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