Y... by Tomás Salvador

Y... by Tomás Salvador

autor:Tomás Salvador [Salvador, Tomás]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1970-12-31T16:00:00+00:00


SEGUNDA PARTE

«LA NOCHE Y LA CATEDRAL»

SALMO PRIMERO

Todo tiene su tiempo y todo cuanto se hace bajo el sol tiene su hora; hay tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado.

Eclesiastés, III, 1-2.

La mano que se asentó en el hombro de Martin acentuó su presión. El hombre, absorto ante la belleza del sol en las aguas de la laguna, no se había dado cuenta de la llegada.

—¿Hay un lugar para mí en tu abstracción? (María).

Martin, sonriendo, la colocó frente al agua.

—Todavía es más bello. (Martin).

—¿El qué? (María).

—El paisaje, reflejado en tus ojos. María, quítate la máscara. (Martin).

—Un caballero actual no pide esas cosas a una dama. Es como pedirle que se desnude. (María).

—Desnúdate entonces. (Martin).

—Ciertamente, no eres un caballero. (María).

—Soy tu Hermano de Leche, recuerda. (Martin).

—Porculo tu hermandad. (María).

—Ciertamente, no eres una dama. (Martin).

—Quiero decir que el Jocundo Soberano Lohn Anpahg Rian murió hace dos años, de un atracón de angulas, directamente importadas de España. Con él, se ha roto el vínculo de hermandad. (María).

—Está visto que los honores son humo. (Martin). Lo siento.

—Yo, no. El Jocundo Soberano me hizo proposiciones poco honestas. (María).

—¿Sí…? ¿Y tú qué hiciste? (Martin).

—Hipnotismo. Le hice creer que Clement era yo misma. Fueron muy felices. Siempre he procurado crear felicidad en torno mío. (María).

—Lo comprendo muy bien. ¿Quién era Clement? (Martin).

—No debo decirte su nombre. Trabaja en el Foreing Office. (María).

—Lo comprendo también, María. (Martin).

De alguna parte de la laguna llegó un extraño grito, quizá la llamada de un pájaro en celo. Era triste, pero no demasiado. Ambos se acodaron en la baranda, sin mirarse.

—María, ¿por qué me has retenido?

—Tengo varias razones. Una de ellas, la de que estoy en deuda contigo. Te devolví el bofetón, pero no el mordisco.

—Puedes hacerlo ahora.

María llevó una mano a la cara del hombre, que la recogió y mordió uno de los dedos. El juego resultó tan embriagador que Martin hubo de cerrar los ojos. Sentía en su mano el cálido contacto de la carne femenina, y su lengua tropezaba con la parte aprisionada, y todo ello era como un juego de amor a la inversa, cual si él fuese el penetrado. Soltó la mano.

—María, por favor, ¿pretendes seducirme?

—En estos momentos estoy tan cansada que ni siquiera intentaría defenderme, Martin, y esto es mucho más de lo que he dicho a hombre alguno. Pero si eres el hombre que creo, Martin, no abusarás de mi cansancio.

—Tú y tus retorcidos silogismos; ¿por qué estás cansada?

—Estoy mortalmente cansada.

—Estás mortalmente cansada, dulce condesa, pero, ¿por qué lo estás?

—Esperaba que tú me ayudases a definirlo. Hablaste antes de aquella muchacha que lloraba de una forma mansa, alegre en su tristeza, triste en su alegría. ¿Era verdad?

—Enteramente verdad, salvo en una cosa. No llevaba traje de baño alguno.

—¿Cómo lloraba? Digo, aparte de segregar agua salada.

—Te entiendo. Déjame pensar. Lloraba como el que encuentra algo que esperaba encontrar.

—Ya no lo entiendo, ¿si lo esperaba, por qué llorar?

—No lo sé, no entiendo a las mujeres. Ni siquiera a Dora.

María tomó la mano del hombre.



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