Venganza by Yōko Ogawa

Venganza by Yōko Ogawa

autor:Yōko Ogawa [Ogawa, Yōko]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1998-06-01T00:00:00+00:00


* * *

Mi novio se presentó en casa a la hora acordada. Nuestras respectivas ocupaciones nos habían mantenido separados durante tres semanas y nos disponíamos, por fin, a pasar un día de asueto juntos.

Aparte de ver una película en casa esa misma noche y cenar con el sosiego que correspondía a la ocasión, se me pasaron por la cabeza varios planes para el día siguiente: recorrer librerías y tiendas de discos en busca de algún artículo interesante, dar un paseo por el parque o cortarle el pelo en el balcón de casa, idea que a él siempre le producía un desmesurado recelo, habida cuenta de la atención que despertaba en los curiosos viandantes.

Lo aguardaban las gambas, perfectamente aderezadas y que solo tenía que pasar brevemente por la parrilla eléctrica, la ensalada recién preparada y las copas de vino de cristal impoluto. Incluso la sopa minestrone, que había mantenido su maravilloso sabor pese al tiempo excesivo de cocción. Y también una porción de tarta de fresas con nata —postre que le chiflaba—, adquirida en una pastelería de la plaza. El mantel era nuevo, y las servilletas también; incluso los salvamanteles bajo cada pieza de vajilla. Todo ello lo esperaba, listo para él.

—Qué ganas tenía de verte —me susurró al oído al llegar, sosteniéndome entre sus brazos, con un hilo de voz que se filtró entre mis cabellos y se me antojó una ensoñación. Deseé pedirle que me lo repitiera, para escucharlo con mayor claridad, pero no lo hice; me contuve, temerosa de que hubieran sido imaginaciones mías y él hubiera dicho algo distinto.

Se quitó la chaqueta y husmeó el aroma procedente de la cocina. Se echó el flequillo hacia atrás. Volví a fijarme en que lo tenía demasiado largo. Disfrutamos de un largo momento de silenciosas caricias, tendidos sobre el sofá, abrazados, saboreando el fin de la larga espera de tres semanas.

Del piso de arriba llegaba un tenue rumor de personas —tal vez la policía seguía merodeando por allí— y del exterior una mayor agitación de lo habitual, carentes en cualquier caso de la intensidad suficiente como para enturbiar la paz que envolvía nuestro reposo sobre el sofá.

Mientras su mano derecha descansaba sobre mis rodillas —sus dedos entrelazados con los míos—, su brazo izquierdo rodeaba mis hombros, y yo hundía el rostro en su pecho, dejándome arrullar por los latidos de su corazón, sintiendo la calidez de su aliento cosquilleándome la nuca.

Sumergida entre sus brazos, yo me preguntaba por la postura, tal vez torpe y cómica, que adoptaba mi cuerpo, acoplado al hueco que él me proporcionaba, con mis piernas dobladas en intrincada estrechez y los hombros encogidos hasta casi dislocárseme, como una momia embutida en su sarcófago de piedra. No solo no me importaba quedar eternamente atrapada entre sus brazos, sino que incluso lo deseaba.

Fui yo, sin embargo, quien en aquella ocasión tuvo la iniciativa de romper el hechizo del momento, apartando mi cuerpo del suyo.

—¿Sabes? Ha habido un asesinato en el piso de arriba —le dije, con irreprimibles ganas



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