Una arruga en el tiempo by Madeleine L’Engle

Una arruga en el tiempo by Madeleine L’Engle

autor:Madeleine L’Engle [L’Engle, Madeleine]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1961-12-31T16:00:00+00:00


SIETE

El hombre de los ojos rojos

—Sabíamos que íbamos a correr peligro —dijo Charles Wallace—. La señora Qué nos lo advirtió.

—Sí, y ella nos dijo que iba a ser peor para ti que para Meg y para mí, y que debías tener cuidado. Quédate aquí con Meg, compañero, y déjame entrar a mí para echar un vistazo; luego les informaré a ustedes.

—No —respondió Charles Wallace con firmeza—. Ella nos dijo que permaneciéramos juntos, que no fuéramos por nuestra cuenta.

—Dijo que tú no fueras por tu cuenta. Yo soy mayor y debo entrar en primer lugar.

—No —el tono de voz de Meg fue tajante—. Charles tiene razón, Cal. Tenemos que permanecer juntos. Supongamos que no puedes salir y tenemos que ir tras de ti, ¿eh? Vamos. Pero si no les importa, entrelacemos nuestras manos.

Tomados de la mano, cruzaron la plaza. El enorme edificio de la Central Primordial de Inteligencia tenía sólo una puerta, pero era enorme, al menos de una altura de dos pisos y más ancha que una habitación, hecha de un material opaco similar al bronce.

—¿Tocamos a la puerta? —se rió Meg.

Calvin estudió el portón:

—No hay ninguna manija o perilla o pestillo ni nada por el estilo. Tal vez haya otra manera de entrar.

—Tratemos de golpear de todas maneras —dijo Charles. Levantó la mano, pero antes de que tocara la puerta se abrió desde la parte superior y a cada uno de los dos lados, dividiéndose en tres secciones que habían sido completamente invisibles un momento antes. Los sorprendidos niños se encontraron con un gran recibidor de un mármol verdoso sin brillo. A lo largo de las paredes había bancas de mármol alineadas. La gente estaba sentada ahí como estatuas. El verde del mármol que se reflejaba en sus rostros les confería un aspecto bilioso. Ellos volvieron sus cabezas cuando la puerta se abrió, miraron a los niños y apartaron la mirada de nuevo.

—Vamos —dijo Charles, y, sin soltar las manos, entraron. Al cruzar el umbral, la puerta se cerró silenciosamente detrás de ellos. Meg miró a Calvin y a Charles, y ellos, al igual que la gente que estaba esperando, se tornaron de un color verde enfermizo.

Los niños se dirigieron a la cuarta pared que estaba totalmente desnuda. Parecía irreal, como si casi se pudiera caminar a través de ella. Charles extendió su mano para tocarla:

—Es sólida y fría como el hielo.

Calvin también la tocó:

—¡Uf!

La mano izquierda de Meg estaba agarrada a la de Charles, su derecha a la de Calvin, y ella no tenía deseo alguno de dejar ninguna de las dos para tocar esa pared.

—Vamos a preguntarle a alguien —Charles los llevó a una de las bancas—. Hum, ¿podría decirnos cuál es el procedimiento que hay que llevar a cabo aquí? —preguntó a uno de los hombres. Todos ellos vestían anodinos trajes de negocio, y aunque sus rasgos eran tan diferentes entre sí como lo son los rasgos de los hombres de la Tierra, también había una semejanza en ellos.

«Como la semejanza de las personas que viajan en el metro», pensó Meg.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.