Un veterinario en la RAF by James Herriot

Un veterinario en la RAF by James Herriot

autor:James Herriot [Herriot, James]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1976-01-01T05:00:00+00:00


* * *

Como he dicho antes no soy un hombre de ideas rápidas, pero en el autobús de regreso a Scarborough mi cerebro empezó a hacer planes maquiavélicos.

Yo tenía derecho a un permiso por compasión pero ¿por qué había de tomarlo ahora? Helen estaría en la clínica durante quince días, y no tenía gracia que me dedicara a pasearme solo por Darrowby. Lo más conveniente sería que me enviaran un telegrama dentro de dos semanas anunciando el nacimiento, y entonces podríamos disfrutar el permiso juntos.

Me resultó interesante comprobar cómo se disolvían mis escrúpulos morales ante una perspectiva tan atrayente aunque, de todas maneras, me dije, ¿dónde estaba el daño? Yo no pretendía robar nada, únicamente cambiar el momento. La RAF, o el esfuerzo de la guerra en general, no sufriría ningún golpe mortal. Mucho antes de que el vehículo, con las ventanillas herméticamente cerradas, hubiera entrado en la ciudad, ya me había decidido, y al día siguiente escribí a un amigo en Darrowby y quedamos en lo del telegrama.

Pero yo no era un criminal tan empedernido como creía porque, así como pasaban los días, empecé a tener dudas. En el ITW el reglamento era muy estricto. Me vería en apuros si lo averiguaban. Pero la perspectiva de unas vacaciones con Helen anulaba todas las demás consideraciones.

Cuando llegó el día decisivo mis compañeros de habitación y yo estábamos tumbados en la cama después del almuerzo cuando resonó una gran voz en el corredor:

—¡AC2 Herriot! ¡Vamos, ven aquí, Herriot!

Se me contrajo el estómago. La verdad es que no había contado con que el sargento de escuadrón Blackett tuviera parte en ello. Yo había pensado que me lo comunicaría uno de los cabos, o tal vez uno de los suboficiales, pero no el gran hombre en persona.

El sargento de escuadrón Blackett era un ordenancista muy serio, de gran presencia física, con un cuerpo delgado de más de dos metros de altura, hombros huesudos y un rostro de rasgos duros que no desmerecía en absoluto. Generalmente los oficiales al mando se encargaban de las faltas de conducta, pero si intervenía el sargento Blackett resultaba una experiencia inolvidable.

Pude oírle de nuevo. Aquel mismo mugido de toro que despertaba ecos sobre nuestras cabezas en la plaza cada mañana:

—¡Herriot! ¡Vamos, preséntate, Herriot!

Yo estaba ya en camino, saliendo de la habitación y recorriendo al trote la superficie brillante del corredor. Me detuve en seco frente a la figura imponente.

—Sí, sargento de escuadrón.

Entre sus dedos el telegrama rozaba suavemente la sarga azul de sus pantalones mientras él agitaba la mano atrás y adelante. El pulso se me aceleró penosamente mientras aguardaba.

—Bien, muchacho, me complace comunicarte que tu esposa ha tenido un hijo, y muy bien. —Se acercó el telegrama a los ojos—: Aquí dice: “Un chico, los dos bien. Enfermera Brown”. Permíteme que sea el primero en felicitarte. —Extendió la mano y, al estrechársela yo, sonrió. De pronto le encontré un gran parecido con Gary Cooper.

—Ahora querrás irte inmediatamente a ver a los dos, ¿eh?

Asentí sin palabras. Debió juzgarme un tipo muy frío, nada emocional.



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