Un planeta a la deriva by Madeleine L’Engle

autor:Madeleine L’Engle [L’Engle, Madeleine]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1977-12-31T16:00:00+00:00

Las tormentas rara vez llegaban hasta altas horas de la tarde. Pero de repente el cielo fue atravesado por un brillante relámpago, y el templo recibió la fuerza de su ira. El estruendo del trueno fue casi simultáneo. El cielo se oscureció, pasando de un azul húmedo a una penumbra sulfurosa. La llama parpadeó sobre la puerta del templo.

Los indios caminaron hacia adelante hasta que todo el asentamiento fue consciente de su presencia, silenciosa y amenazadora. Varios hombres levantaron sus armas. Cuando Duthbert disparó, el relámpago volvió a destellar y Duthbert cayó rodando al suelo, con una larga quemadura en el brazo, mientras que su bala salió disparada inofensivamente al aire. Las llamas envolvían el campanario del templo.

Zillo saltó a través del emplazamiento y subió los escalones de la horca.

—No más armas —ordenó—, o el rayo volverá a azotar de nuevo el lugar. Y esta vez se llevará alguna vida consigo.

Duthbert gimió de dolor.

—Bajen las armas, no disparen…

El rostro del pastor Mortmain estaba desencajado.

—¡Ustedes son brujos, todos ustedes son brujos! ¡El chico de los Llawcae carga en su interior el demonio de la muchacha india y con él puede invocar al relámpago! ¡Él debe morir!

Los indios se acercaron. Maddok se puso al lado de Brandon. Y entonces Davey Higgins dejó la puerta de su cabaña y se paró al otro costado de Brandon.

Ritchie se separó de los hombres que lo sujetaban, y saltó al pie de la horca.

—¡Pueblo del asentamiento! —gritó—. ¿Creen que todo el poder proviene del diablo? ¡Lo que acabamos de ver es la ira de Dios!

Le dio la espalda a la multitud y empezó a desatar a Zylle.

El estado de ánimo de la gente comenzó a cambiar. Richard se liberó y cruzó el polvoriento emplazamiento hasta donde estaba el pastor Mortmain.

—Tu templo está ardiendo porque intentaste matar a una mujer inocente. Nuestros amigos y vecinos nunca habrían consentido esta locura si no los hubieras aterrorizado con azufre y fuego.[10]

Goodman Higgins se alejó del pastor Mortmain.

—Eso es cierto. Los Llawcae siempre han sido personas temerosas de Dios.

Los indios se acercaron.

Ritchie tenía un brazo alrededor de Zylle. Y gritó de nuevo:

—Los indios siempre han sido nuestros amigos. ¿Es así como les devolvemos su amistad?

—Deténganlos… —el pastor Mortmain gritaba sofocado—. ¡Detengan a los indios! Ellos nos masacrarán, deténganlos…

Ritchie gritó en respuesta:

—¿Por qué deberíamos hacerlo? ¿Quieres que te concedamos más compasión de la que tú nos has mostrado a nosotros?

—¡Ritchie! —Zylle se enfrentó a él—. Tú no eres como el pastor Mortmain. Tú tienes corazón. ¡Muéstrales tu clemencia!

Zillo levantó una mano en actitud de mando.

—Este mal ha sido impedido. Mientras nada como esto suceda, no tienen que temernos. Pero no debe volver a suceder jamás.

Entonces se oyeron murmullos provenientes de la multitud que decían:

—Nunca más, nunca más, lo sentimos, nunca más…

El pastor Mortmain gemía: «El fuego, el fuego, Dios mío, el templo, el templo está en llamas».

Ritchie condujo a Zylle por los escalones hasta donde estaba su madre, que colocó al bebé en los anhelantes brazos de su nuera. Brandon, que

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