Un pedazo de luna en el bolsillo by Enrique Carriedo

Un pedazo de luna en el bolsillo by Enrique Carriedo

autor:Enrique Carriedo [Carriedo, Enrique]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Bubok Publishing S.L.
publicado: 2018-01-10T23:00:00+00:00


10

Hice caso a Toli y me entregué al trabajo en cuerpo y alma. Lo malo eran los fines de semana, porque casi nada era capaz de entretenerme del todo. Me pasaba las horas delante de la tele o del ordenador, pero me era inevitable que por alguna ranura de mi mente rezumaran los recuerdos, que unas veces me hacían feliz y otras me desazonaban o me entristecían, y añorando a Ainhoa y aquellos días en la ría de Muros. ¿Por qué la vida es como es, tan compleja, tan rara? Cuando recurría al humo del cáñamo para mitigar mis pesadumbres me relajaba, sí, pero incluso a veces también exacerbaba más las sensaciones y me sumía demasiado en mí mismo, me egocentripetaba, cuando yo lo que necesitaba era salir al exterior, aire, espacio, horizonte.

Sólo la lectura supuso un consuelo y una grata compañía, un refugio y una fuente inagotable de estímulos, inspiración, conocimientos y disfrute.

Aunque leía todo lo que Toli me recomendaba, también volví a mi vieja afición por la aventura y la ciencia ficción e hice una colección de quiosco de las obras completas de Julio Verne y otra de clásicos de aventuras, entre los que destacaban Robert L. Stevenson, Emilio Salgari, Daniel Defoe, Jack London y Rudyard Kipling. La literatura sobre desarrollo personal y espiritualidad, esoterismo y filosofías orientales, que Toli me recomendaba, se me hacía pesada a veces por incomprensible y a veces redundante y monótona, pero las novelas de aventuras me las bebía como un sediento bebe un vaso de agua tras otro y lo mismo me ocurría cuando leía novelas de los clásicos españoles de los siglos diecinueve y veinte si sus historias se desarrollaban en Madrid, sobre todo en los barrios castizos del centro. Don Benito Pérez Galdós y don Pío Baroja me tenían subyugado y después la dolorosa mirada y la dignísima voz de Arturo Barea.

Hubo sábados en invierno que, con el frío que hacía en la buhardilla, empezaba a leer un libro con el primer café de la mañana al arropo de las mantas y lo terminaba esa misma noche bajo el mismo cobijo, entumecido de leer tumbado o recostado sobre un lado con el libro apoyado en la cama, como un animalejo que no sale de su madriguera nada más que para satisfacer sus necesidades fisiológicas y buscar alimento.

Cómo echaba de menos en la cama el calor de mi amiga Toli o el de mi amada Ainhoa, con aquel frío húmedo que traspasaba cualquier fibra textil, epidérmica, muscular y ósea, sobre todo cuando llovía y la sensación térmica se amplificaba por la acústica del repiqueteo sobre el tejado.

Hasta que conocí a Toli había muchas cosas en las que no había pensado nunca. Tal vez por esa ausencia de diversidad e inquietud interior, es por la que muchos seres humanos ni siquiera nos paramos a pensar más allá de lo imprescindible para trabajar, comprar, comer, ver la tele, conducir, jugar a matar enemigos virtuales o a correr como locos en los videojuegos, reproducirnos,



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